lunes, 13 de octubre de 2014

Ausencias muy presentes

Cuando recién comenzaba a leer, recuerdo que estaba dentro del cuarto de mi tía (estudiaba para química farmacobióloga). Tenía sobre su buró un libro, no recuerdo mucho el título, pero sí algo que me pidió esa vez:

-No leas en voz alta, no abras la boca, lee con los ojos y me dices qué dice-

Después de comprender lo que me solicitaba, le dije el título. Es el primer momento mágico que tuve con la lectura, supe que mi cabeza y mi cuerpo habían establecido un sabio divorcio.

También viene a mi mente una vez que ante los largos dictados de la primaria, me entró una enorme angustia al ver mi mano seguir las palabras de mi maestra y pensaba en "estoy escribiendo, estoy escribiendo", en realidad la angustia venía de saber que mi mano seguía la instrucción, pero yo estaba pensando en que de pronto olvidaría cómo escribir, que de pronto haría signos sin sentido. Que mi mano seguía en su tarea y mi mente estaba pensando otra cosa. Comprendía, escribía y pensaba en lo terrible de la condición momentánea. Pasó largo tiempo hasta sentir la angustia de nuevo, pero potencializada.

Cuando me dijo el neurólogo que probablemente tendría "ausencias", creía que se refería a quedarme paralizada. Poco tiempo entendí a qué se refería. Una cosa es la distracción, que se vuele la idea mientras la tienes casi en la punta de la lengua, y otra es la ausencia.

Recuerdo una vez que iba caminando, de noche ya, hacia la pensión donde vivía en Xochimilco. Era largo el trayecto, me vi caminando y no reconocí mi cuerpo. Sabía que iba en la orientación correcta, pero no entendía cómo es que realizaba eso, y comencé a sudar frío. Ansiedad, quizá.

Ayer me pasó lo mismo. No en esa condición tan favorable. Estuve a punto de parar y es que, los caminos largos me desquician. El hecho de que no haya cambios en la carretera me hace, como a los autos, entrar en modo automático. Iba platicando con mi madre y ¡flash!, de pronto ya me había separado. Trataré de explicarme:

Creo que iba cantando, al mismo tiempo platicaba de los pormenores de la fiesta a la que habíamos ido, todo excelente. Comencé a sudar, y me dije "estoy conduciendo" y me lo repetí varias veces, sin reconocer mi cuerpo. Y quise aterrizar diciéndole a mi madre: "háblame, háblame, ¡háblame!, dime algo". Mi angustia no provenía de mi desorientación formal, sabía lo que hacía, pero no entendía lo que sentía. Dan ganas de que te pellizquen, de que te den una cachetada para volver a sentir un cuerpo que se mira extranjero. Como si el hecho de que mi madre proliferara cualquier palabra con sentido, me vomitara de nuevo al mundo.

Después de unos segundos todo regresó. Volví a sentirme dentro, mis ideas tenían sustrato, mis manos hormigueaban y mi brazo derecho dolía, como si hubiera hecho un gran esfuerzo.

¿Cómo es que puede darse?, no hablo aquí del típico caso de dejarse llevar por las emociones sin pensar (ejercicio por demás cotidiano). Hablo de un divorcio, y de una necesidad de volver a uno. La angustia de no regresar, de no tener consciencia corporal aunque te obedezca, es decir, la mente juega con tus instintos más primitivos y te desconectas.

Todo ello me hizo pensar en mil cosas después. La monotonía, las carreteras rectas, la vida lineal me hace entrar en crisis espontáneas y lo equiparé a mi necesidad de estar cambiando de cosas cada determinado tiempo. Parece que el sentirse ajeno a uno mismo no radica en un exilio circunstancial, a veces es una condición fisiológica con la cual habrá que convivir. No es hermosa.

Lo que sí aprendo de estos fenómenos es lo increíble que es nuestro cerebro. La ausencia, la agónica queja del espacio extendido, la lucha frecuente por ordenarse a uno mismo para tener claridad o certeza de un medio que resulta tan extraño.

Muchas veces me he tenido que disculpar con mis alumnos por andar girando en el salón, consecuencia frecuente de mis episodios de vértigo. Pero sigo pataleando sobre el suelo con el único fin de sentirlo, de saberme en un lugar. Hubo un tiempo que soñaba a personas con grilletes en los pies, porque si no, se iban volando y desaparecían en el cielo, alguno que seguro existiese en mis guiones.

Hoy he pensado en Remedios Varo, he pensado en los sueños y en el Arte. Hoy sé que hay espacio para donde no hay lugar.