martes, 4 de agosto de 2015

Descubriendo esa parte del odio



No tengo mucha idea de a dónde puedan llegar mis palabras. De hecho, frecuentemente me faltan palabras. Mis fugaces felicidades tienen algunas ya tatuadas, pero el coraje y el terror debieran ser tan extensas como grandes las injusticias.
Nacemos, creemos al menos en nosotros. Nos alimentamos de mil cosas, superficiales o profundas. Nos destrozan el alma cuando aterrizamos. ¿Por qué duele tanto lo que pasa? Porque amamos. Porque amamos a quienes confirman que estamos vivos: nuestra familia, nuestros alumnos, nuestros colegas, conocidos, amistades. El dolor tiene mayor capacidad de arrastre. La muerte que aceptamos (a veces a tirabuzón), pero no el que nos estén jodiendo lo único que tenemos: la vida.
¿Qué se han creído esos entes ignorantes, enfermos de ambición, enfermos desde sus asquerosos pies hasta metros alrededor de su cuerpo abultado? ¿Quiénes se han creído para retroceder el tiempo a las épocas donde ni siquiera teníamos derechos por nuestro color de piel, por nuestro género? ¿Acaso el hecho de haber llegado a este mundo no nos posibilita ser buenas personas y desarrollarnos en lo que amamos? ¿Quiénes son esos que con la voluntad comprada con láminas y despensas llegan y se creen dioses? Mis dioses son otros, y no pertenecen a ninguna religión, porque creo en el espíritu humano, capaz de las cosas más maravillosas en pro de la humanidad.
Ahora, ese Estado está en contra de nosotros. Ese estado compuesto por humanos que igual nacieron y quizá, sólo quizá, tuvieron otros sueños. ¿Qué pasó con ese instinto de fraternidad, de igualdad?
Mientras, allá los programas estúpidos que te mantienen igual. Las burbujas del antro, de la novela, de la moda, de la soberbia adolescente. A divertirse, que hay una vida, pero momento.., te la quitan cuando se les pega la gana y te tacharán de que lo merecías.
Suelo matizar, porque en mi esfera profesional hay que trabajar con la prudencia, pero no en esta escala. Aquí no vale eso. Aquí se reproducen las mismas ideologías, de los padres corruptos a los hijos que ya piensan igual y que ya tienen un cargo para joder al otro porque así lo han vivido, porque eso les asegura sus viajes y sus posesiones, ¿quién se atreve a cambiar, desde esas esferas, su zona de confort sobre una colchón empapado de sangre? ¿Cómo duermen? Ah, claro, que no son conscientes. Y no lo serán.
¿En qué momento la falta de la consciencia viene en el ADN? ¿Qué el dolor no es algo que podemos experimentar todos? No, la tortura, el asesinato, la vejación pertenece a la clase que trabaja. A la que no se duerme en las decisiones para su pueblo. ¿Qué saben del pueblo, esos otros?
¿Qué hay que hacer? Revolucionar, cortar, destruir. No hay base que se salve, quizá. Aquí se me acaba el optimismo, porque eso pertenece a la condición  humana, y cada que pasa algo se llena mi sangre de odio, y no suelo odiar.
Mírenlos, con su traje, con sus cuellos, con sus estúpidas sonrisas (que en el fondo dicen “imbéciles ustedes”).
Las actividades diarias distraen, los medios comprados distraen, los deberes… Pero el mundo, el mundo te rebasa, te golpea, nos trae en una madriza constante. Esos, te torturan con su simple presencia, que ojalá sólo se limitara a eso, pero sabemos que no.
Sólo aplastar. Sólo aplastar.