No tengo mucha idea de a dónde puedan llegar mis palabras.
De hecho, frecuentemente me faltan palabras. Mis fugaces felicidades tienen
algunas ya tatuadas, pero el coraje y el terror debieran ser tan extensas como
grandes las injusticias.
Nacemos, creemos al menos en nosotros. Nos alimentamos de
mil cosas, superficiales o profundas. Nos destrozan el alma cuando aterrizamos.
¿Por qué duele tanto lo que pasa? Porque amamos. Porque amamos a quienes
confirman que estamos vivos: nuestra familia, nuestros alumnos, nuestros
colegas, conocidos, amistades. El dolor tiene mayor capacidad de arrastre. La
muerte que aceptamos (a veces a tirabuzón), pero no el que nos estén jodiendo
lo único que tenemos: la vida.
¿Qué se han creído esos entes ignorantes, enfermos de
ambición, enfermos desde sus asquerosos pies hasta metros alrededor de su
cuerpo abultado? ¿Quiénes se han creído para retroceder el tiempo a las épocas
donde ni siquiera teníamos derechos por nuestro color de piel, por nuestro
género? ¿Acaso el hecho de haber llegado a este mundo no nos posibilita ser
buenas personas y desarrollarnos en lo que amamos? ¿Quiénes son esos que con la
voluntad comprada con láminas y despensas llegan y se creen dioses? Mis dioses
son otros, y no pertenecen a ninguna religión, porque creo en el espíritu
humano, capaz de las cosas más maravillosas en pro de la humanidad.
Ahora, ese Estado está en contra de nosotros. Ese estado
compuesto por humanos que igual nacieron y quizá, sólo quizá, tuvieron otros
sueños. ¿Qué pasó con ese instinto de fraternidad, de igualdad?
Mientras, allá los programas estúpidos que te mantienen
igual. Las burbujas del antro, de la novela, de la moda, de la soberbia adolescente.
A divertirse, que hay una vida, pero momento.., te la quitan cuando se les pega
la gana y te tacharán de que lo merecías.
Suelo matizar, porque en mi esfera profesional hay que
trabajar con la prudencia, pero no en esta escala. Aquí no vale eso. Aquí se reproducen
las mismas ideologías, de los padres corruptos a los hijos que ya piensan igual
y que ya tienen un cargo para joder al otro porque así lo han vivido, porque
eso les asegura sus viajes y sus posesiones, ¿quién se atreve a cambiar, desde
esas esferas, su zona de confort sobre una colchón empapado de sangre? ¿Cómo
duermen? Ah, claro, que no son conscientes. Y no lo serán.
¿En qué momento la falta de la consciencia viene en el ADN?
¿Qué el dolor no es algo que podemos experimentar todos? No, la tortura, el
asesinato, la vejación pertenece a la clase que trabaja. A la que no se duerme
en las decisiones para su pueblo. ¿Qué saben del pueblo, esos otros?
¿Qué hay que hacer? Revolucionar, cortar, destruir. No hay
base que se salve, quizá. Aquí se me acaba el optimismo, porque eso pertenece a
la condición humana, y cada que pasa
algo se llena mi sangre de odio, y no suelo odiar.
Mírenlos, con su traje, con sus cuellos, con sus estúpidas
sonrisas (que en el fondo dicen “imbéciles ustedes”).
Las actividades diarias distraen, los medios comprados
distraen, los deberes… Pero el mundo, el mundo te rebasa, te golpea, nos trae
en una madriza constante. Esos, te torturan con su simple presencia, que ojalá
sólo se limitara a eso, pero sabemos que no.
Sólo aplastar. Sólo aplastar.
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