Esto se llama "Adaptaciones" porque estoy recogiendo algo de lo escrito en otros espacios para aclararme:
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Las motivaciones a veces se reducen. A pesar de tener muchas
cosas por hacer, de dedicarme casi lo suficiente, hay esa energía que de pronto
nace y se refuerza con otro ser, de otro momento, de otro contexto que eso es
lo que yo llamo “milagro de la población finita”. Que alguien mire en otro algo
de belleza y ese otro sea capaz de ver en el otro también similitudes asociadas,
es impresionante, es digno de celebrarse. Todavía más si no hay algo tangible,
porque lo tangible (muy a pesar del empirismo) a veces es engañoso. Lo trascendental es, ya que el espíritu no se privatiza con alguna
religión, y creo que mi espíritu elige mucho mejor que mi cerebro. Creo en la
belleza de los seres y el encanto construido con conocimiento y humildad. Me
gusta escribir porque me entiendo y se
abre un espacio para la certeza fuera del vértigo que a veces me hace desistir
del sentido de humanidad.
Una vez tuve un novio de artes visuales, justo nos conocimos
platicando en un blog de arte. Ésa ha sido una de las relaciones más largas y
que me agarró muy verde en esta consciencia. La certeza que tuve al finalizar
la relación (un fin no muy agradable, pero es bueno omitirlo) fue que una
persona que se dedicaba al arte era un sujeto muy sensible justo a lo que se
dedicaba: hallar belleza. Que en ese hallar de la belleza no podía ocupar un
lugar central, monopólico, era como un bien colectivo. No llegué a desarrollar
celos, no los ejecuto, prefiero mantenerme al margen de esas cosas, pero sabía
que probablemente mi ser llegaría a sentir algo delicado en esos campos. Sí, yo prefiero
que me conozcan por lo que escribo, porque no acostumbro escribir sino lo que
siento, y entonces si alguien se enamora es de lo que siento. Eso es
trascendental, eso me hace humana (con la bola de desperfectos que guardo).
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¿Saben lo bueno que resulta escribir? Lo que tecleo es una buena terapia, un hilo conductor del pensamiento, que tan bueno es como también es un verdugo. Desde los dieciocho años me he mantenido un tanto adormilada (cosas que ya saben los que saben), pero también me ha dado la calma para pensar más lentamente. Dentro del caos que resulta a veces nuestro propio espacio de vida, hay que darle chance al espíritu. Chance al agradecimiento, oportunidad a esa visión un tanto panorámica, astronómica, al polvo que representamos.