jueves, 23 de febrero de 2017

La mortalidad avisa la belleza




Instrucciones


  1. Hacerse consciente de la mortalidad.
  2. Amarrar lo sublime.
  3. Sentir las ganas de estar de cualquier manera.
  4. Concienciarse de circunstancias, tiempos, deberes.
  5. Entender que no existe el imperativo de la felicidad.
  6.  La sonrisa no tiene un target definido.
  7. Saber que la creatividad establece el medio en estos terrenos.
  8. Delegar la circunstancia a la voluntad.
  9. Dar vueltas al universo respondiendo al deseo.
  10. (Frótese el alma en esta parte).
  11. Mantenerse atento al sonido.
  12. Sensibilizarse.
  13. Mover planetas.
  14. Amar.
  15. Agradecer.

jueves, 9 de febrero de 2017

Construyendo recuerdos



«Benditos sean los olvidadizos pues superan incluso sus propios errores» Nietzsche

“La fotografía es, ante todo, fuente que incorpora el pasado en el presente, un instrumento de la memoria tan recurrente y atractivo que nos permite recordar todos aquellos fragmentos de la vida y del mundo con la participación de la mirada”.
Susan Sontag


Una de mis principales fuentes de angustia son las fotografías. De repente aparecen imágenes impresas (cuando era lo material la praxis de recolección de momentos familiares agradables) que me colocan como una niña de dos, cuatro o más años. Las primeras fotos son de dos años. Alguna vez tuve una especie de reclamo por no tener de recién nacida, pero comprendí que era la segunda hija, y que cambian las cosas para registro. Tengo fotos de los concursos del kinder, de las escoltas, de las fiestas de cumpleaños. Ahí estoy y sé  que soy yo. La angustia más fuerte es cuando salgo en colectivo, cuando veo a mi abuelita, a todos los desaparecidos. Sé que estuve ahí, posiblemente hay recuerdos que hubiera contenido: no recuerdo. Es como un desapego terrible, una dimensión realmente desconocida dentro de lo terrenal.

Veo una piñata casi destruida y posando al lado. Veo un vestido que recuerdo, eso sí, que me picaba. Veo a mi abuelita al lado, mi walkman y mi perrito de entonces. Mis recuerdos se revisten de sentido si alguien vivo ahora, me nutre aún con su voz y puedo preguntarle de aquella escena. Ellos son quienes me orientan del pasado, de esa participación, sola no puedo. Es un fracaso, porque ni siquiera hablo de edades muy tempranas. Aún recuerdo con exactitud mi caída a los  tres años, recuerdo el hospital y el agua de melón que aún ahora alucino. Recuerdo mi muñequita de Rosita fresita al salir de consulta (tenía tres años, confirmo) y mi pijama de tortugas. Creo que el problema viene después. 

Hay un vacío.

Lo que sí sé es lo que sentía, pero todo es difuso y me atormenta.
Saben quienes me conocen de lo tanto que me quejo de mi mala memoria. De las espirales de pensamiento aisladas (a primera vista) cuando hablo. ¿Cómo es que puedo dar clase? Cada mes cambio de temas de curso porque siempre hay algo que me agrada más y al siguiente curso hago lo mismo, y veo los exámenes pasados y no recuerdo por qué había hecho tales modificaciones.

Los recuerdos

Hay una especie de sentencia de vivir lo presente, y aunque suene una oferta muy ad hoc al mundo, me arrepiento de no guardar imágenes del pasado. También, agradezco no tener tan fantástica memoria para guardar rencor y ahora sé por qué: el rencor deviene de una memoria emocional. Mi mala nemotecnia es también una manera de sobrevivir.

Por fortuna, no he logrado tropezar con las mismas cosas, porque el empirismo tiene, ése sí, un conocimiento muy natural. Mi cabeza sufre por no citar, por no recordar la estrofa perfectamente de aquel poema que me marcó. Sólo sé lo que sentí, no sirvo para hacer una clase magistral porque las asociaciones vienen de muchas fuentes alternativas. Admiro a mis alumnos y a quienes me escuchan de tratar de hilar mis estructuras. ¿Qué dirán de mí? –Ah, te toca Rosuka, se le va la onda-.

La única forma que tengo de engancharme a la realidad es a través del método. Quizá la lógica forzada sea mi salvavidas. Esto, desde otro punto de vista pudiera sonar frío, pero solicito comprensión.

A los 18 años me empezaron a medicar de una manera tan fuerte que apenas la capacidad de pensamiento en eso de la memoria empezó a claudicar. El presente es lo que tengo, y no lo digo como para libro de autoayuda, lo digo porque sé que quizá mañana pregunte si eso había dicho yo. Quince años de clonazepam, tafil, valproato, levetiracetam han mermado. Yo lo sé, he investigado lo suficiente y estoy por buscar a nuevo neurólogo que me ayude con estos vértigos cada vez más profundos e inusitados. Tengo cierta tristeza por ello. Al mismo tiempo, tengo que aprovechar escribiendo porque luego, cuando leo lo de hace un par de meses, no me creo que sea yo. No lo creo.

Después de esa película, esa de Eternal Sunshine of the Spotless Mind, me identifico en la necesidad del rescate, del  derecho de recordar aquello que nos ha hecho felices. De aceptarnos como recuerdos potenciales, y sí, el mismo derecho de ser un recuerdo potencial.

La invitación es a ser una imagen que tenga en la memoria, aún por lo afectada que me ha dejado. Más de una vez he visto exalumnos y pienso en algo que sentía cuando hablaba con ellos. Más de una vez deseo que el recuerdo de un ser se tatúe para siempre. Hay quienes tienen ese espacio de manera directa (la familia, por ejemplo), y hay otros que se guardan en fotografías que me dicen lo que viví. Yo estaba ahí.

Alguna vez vi fotos con algunas parejas que tuve en su momento, por fortuna eran de momentos adecuados, nada desequilibrados. Nadie se toma fotos en crisis. Las fotos son para momentos “memorables”, como dicen.

El estrés y el exceso de presente

¿Qué es si no el tratar de recordar paso por paso algo, sin solucionar nada, el estrés? Aún a sabiendas de esto, uno continúa yéndose a dormir pensando en lo mismo para nada. Es la incapacidad del disfrute del ocio, del tiempo no perdido, si no camino para solucionar. Distracción que alumbra ideas.

La magia de volver a vivir

Me muero de risa de los mismos chistes, mi amargura se limita a lo cínico -al sarcasmo-  pero nunca a la simpleza. Trato de recordar lo bello y vivirlo y sobrevivirlo, porque eso no causa malestar físico. Abrazo a los seres que se dan, que no están nutridos (¿nutridos?) de sus demonios, pero que sí los reconocen y trabajan. 

Miro a mi sobrina que abre sus ojos con las simples cosas del día, con el crecer de la planta, con los animales que reconoce. Eso es magia y es lo único por lo que desería tener un hijo: para descubrir finalmente el principio de todo.

La necesidad del rescate

Exceso de futuro es la ansiedad, dicen. Yo quiero rescatar momentos pasados, como esas tiendas de antigüedades, de objetos-historia. La intensidad de una injusticia hallándole alguna vertiente para trabajar en soluciones. Necesito sensores que me recuerden a cada momento lo importante, quizá como un programa de “recordarás esto”. Hace poco veía mi historial de materias cursadas y supe que todo lo que sé debe venir de ahí. El cerebro se empeña en recordar lo traumático como simple mecanismo de defensa, es comprensible, pero no como modus vivendi si no como modus operandi (cosa que no entiendo de no saludar a quienes han sido parte de tu vida, dios, no hay espacio para rencores).

Alcanzar a ser recuerdo de alguien

Si bajo los términos expuestos uno alcanzara a ser un recuerdo lindo, qué más se podría una colocar como meta, si de algo sirve la existencia. Las palabras, las acciones absurdas, el blanco de los salones de clase, la ida establecida como necesidad de aterrizaje. Nos hemos de ir, y aunque se pueda recriminar las alusiones a la muerte en uno que otro momento del día, es con el objetivo de vivir, ¿qué nos queda? Arriesgarse a ser recuerdo. Seamos de esos recuerdos, seamos.

jueves, 2 de febrero de 2017

El club de los morbosillonistas

Lo tendrán claro los que han visitado Plaza Ánimas (es una invitación).
Los sillones que por cinco pesos o diez  -de acuerdo a las posibilidades financieras- te dan un masaje tipo shiatsu son una trampa. Son una trampa para el club de los morbosillonistas. Hablo de Plaza Ánimas, pero aplica para Américas y análogos.
(Música incidental).

7 segundos.

Mientras tú estás disfrutando de ese masaje, hay entes que se pasean y se detienen enfrente de ti. Miran tus gestos, saben con exactitud los momentos que experimenta cada músculo, cada gramo.
El masaje inicia tierno, de los hombros, la espalda, baja poco a poco. puedes sentir esas bolitas removiendo cada gramo de estrés.

Es una trampa.

El movimiento llega a tu cadera, el sillón aprieta las pantorrillas, y de pronto... Hay una estructura extraña que toca la pelvis, esperen... Más allá de la pelvis, y brota el gesto de la extrañeza. Pareciera que fuese un masaje cuasi erótico. Miren que he probado de esos sillones, pagados y no (en Liverpool hay uno con su hermoso control que sería el sueño de cualquiera, gratis si está conectado). No tengo idea de quiénes hallan formulado el tour, pero es impresionante, así, de "sacarse de onda".

Mientras tú abres más los ojos y sonríes por pena o angustia, hay otros que te miran. Esos que te miran son justo eso, unos "voyeurs". Se comunican a través de grupos cerrados, igual te graban. Se imaginan cientos de cosas. Y no, no es inocente.

A la vez, creo que hay otro club, el de "los solitarios anónimos sillonistas". Quedan en una hora para sentarse y a la manera postmodernista (me temo que es post post) miran disfrutar lo que por cinco pesos se da, sin tener ninguna relación, ningún compromiso mas que el que hay entre un programa de máquina y tú.

Sí, el club de anónimos y de voyeuristas se responden.

Esto nos lleva a algo mucho más profundo de la simple descripción: el disfrute. Siendo exagerada, de los trascendental, del poliamor postfuturista (Rosa, es una tontería, calla, ja). Esperen, ¿pero acaso esas máquinas no son eso?

Yo no sé, pero invito a que lo experimenten de cualquiera de los lados. Hay quienes se sientan sin introducir una sola moneda, porque esperan a que sus familiares compren, pero pongan atención, existen quienes los miran disfrutar. Pongan atención.

La mirada no es inocente.