Reconocerse sensible resulta una condición compleja para sobrevivir en
un mundo como el nuestro.
La hiperreflexión sobre los fenómenos no está
ligada a esta situación particular. Reconocerse en lo sensible en los
actos de los otros implica saberse y entenderse vulnerable cada milésima
de segundo. Que no nos conocemos realmente y ni siquiera aspirar a
ello, es un hecho que hay que asimilar.
Querer y en su momento, amar,
supondría tener de premisa tal conocimiento. Afectarse por el
sentimiento, mezcla química o lo que sea, es el ejercicio más complicado
que tengo. Hay un envaramiento del corazón o de la mente, y cuando la
crisis que va aunado a ese pensamiento llega, necesita del tiempo.
El tiempo, el tiempo que nos devora como hijos de Cronos, quizá sea lo
que más me frustra. La pérdida de la experiencia a la cual nos arrojamos
como perfectas presas, con la voluntad absoluta, hiere. Podríamos brindar por lo perdido, por ese costo de oportunidad, cada día.
Sin embargo, en esa búsqueda de la finalidad constante y positiva, cabe
la posibilidad de regresar al cierto grado de verdad que sabemos, a
fuerza, de querer aquello en su propia naturaleza.
Reconocerse sensible también interesa a la vida, es como estar al límite
en cada cierto momento, querer al límite de nuestra razón, y temerle a
perderla. No, no se pierde la razón por el otro, se pierde en nosotros, ante la
imposibilidad de soportar nuestras debilidades. Ante la imposibilidad de
soportar la misma vulnerabilidad que nos hace ver cosas hermosas y
terribles. Debo admitir que es así como comprendo la interrupción
voluntaria de la vida. No es cobardía saberse en esa línea, es
absolutamente entendible. ¿Qué puede alejarnos? La cercanía, la
minúscula cercanía física del abrazo o del enunciado sincero.
Saben, de repente sé, con toda certeza que ese tipo de cariño sólo puede
venir de quienes nos han engendrado, en mi caso lo obtengo de mi madre.
Después de ese cariño absoluto, de ese aspecto incondicional hacia mi
yo en la extrañeza, no creo que haya nada.
Alguna vez pensé, cuando tuve una pareja que padecía de realidad, que
podríamos desaparecer hasta que nuestras respectivas madres
desaparecieran. Sigo pensando que es algo en lo que creo. No podríamos
faltar a ese amor único decidiendo antes. Y antes, eso sí, desearía
poder hacer algo por ella.
Caminamos con consciencia de aprender sabiendo que no tiene mucho
sentido si no lo transmitimos. Hay un hecho de esperanza en seguir, hay
todavía resquicios dónde aportar, mas no sabemos si eso se perciba y
jamás lo sabremos.
Aprendemos a vivir sobre la línea divisoria, nos encargamos de no desterrarnos. Nos engañamos a veces, y soportamos cierto grado de verdad.
Envidio a los que creen en algo fervientemente pues me considero una crédula falsa muchas veces.
El terror de fuera, el terror de dentro. Mi miedo en la muerte extendida, mi apasionada relación con las pastillas.
Sólo desearía aprender a cuidarme sin clichés. Vivir esperando,
soportando los días de la manera más luminosa que pueda tener, aunque
eso implique forzar mi sentido del humor y hallar lo bueno aunque
pareciera que no existe.
A veces nuestra oscuridad debe tener vigencia anticipada.
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