viernes, 5 de septiembre de 2014

Cosas de viernes tomando de pretexto la magnífica soltería

Muchos no han de creer en la soltería. Yo misma podría claudicar en la lucha. A mi edad, gran parte de las mujeres de mi familia tenían sus chavitos o estaban en una relación seria. Sé que a veces entra la presión de crear familia, de hallar pareja... Y aunque esto fuera fuerte en mí, de un par de meses para acá realmente me ha caído el veinte de no ser mi prioridad.

(Afuera escucho a Cerati, algún departamento le rinde homenaje y me va tan bien).

Si una fuera consciente todo el tiempo, sé que hallaría la locura a la vuelta de la esquina, hoy aterrizo. Justo hace unos días comencé a sentir la falta de una de mis drogas favoritas: levetiracetam. Pobres alumnos de Medios impresos, me vieron dar vueltas como león en jaula a las ocho de la noche, y es que el espacio se expandía peligrosamente. Ahora regreso y absorben mis venas tal fármaco y la tranquilidad muscular regresa. Gracias a ello, regreso de clases feliz.

Ah, cierto, hablaba de la soltería.

El caso es que hace ya algunos meses me he sentido tan reconfortada con mi espacio, que valoro el mismo de manera exacerbada. Múltiples actividades, falta de espacios para otros entes. Mi energía fluye en mis tareas, en los proyectos, que el simple hecho de considerar el concepto de pareja como algo imprescindible, cobra una opacidad al diez por ciento.

Esta semana ha rendido frutos a nivel académico, ver a alumnas salir, certificarse, con una vida futura alrededor de un sueño, que me hace creer y seguir. A mis veintidós años saliendo de publicidad, supe que me faltaba mucho. Esa necesidad de saber me había hecho llevar una carrera alterna: lengua y literatura hispánicas, mundo maravilloso. Luché por la titulación automática y me vi en la UNAM apenas saliendo de la UV. El hecho de esa secuencia y saber de la confianza de la familia, hizo que esa batalla fuera suave, de aprendizaje, mucho del cual valoro pasando mis tres décadas de vida. ¿Por qué viene esto al caso?, justamente porque para mí la soltería es un valor, más que una carga. Creo que pude quedarme en un estadio y seguir con la carrera natural de familia. Ahora, pienso en negocios, en proyectos y en compañeros que lo puedan soportar. Y no veo a  aquel compañero como un lugar "para quedarse", si no más bien, para crecer.

Hay una ternura no soberbia en escuchar entre aulas a mis alumnos hablar sobre sus relaciones. De pronto me visualizo en esos momentos. Nunca creí que las contadas relaciones que tuve fueran tan resistentes. No soy incrédula, pero si creí que seguir en algún instante con alguien debería significar libertad para ser quien fuera. Los años  enseñan, los años son de repente malditos, benditos, extraños, empáticos, simpáticos o antipáticos.

Heme aquí, absorbida por pensamientos que exhalan y exhalan ideas. ¿Quién soportaría una noche entera de pláticas muchas veces sin sentido?

Creo en la salud y en la enfermedad, hasta que ésta última me separe de mí misma. Tal cual. Creo en el amor, ¡claro!, pero por complicidad, por reconocer en el otro esa otra riqueza que me ayude a crecer. No es egoísmo, es justicia. Hemos de perecer, y  todo esto quedará en una memoria que tendrá caducidad para los proveedores de servicios virtuales. No estoy en búsqueda de alguien, estoy en búsqueda de mí.

Me va tan bien la noche, (sigue el concierto de Cerati en algún departamento del edificio de enfrente). Mis venas envenenadas me van convenciendo al sueño, al programa sabatino por venir. A la vida suave, al ejercicio que me ha hace sentir que sigo.

Recuerdo a mi  sobrina incansable, su sonrisa, y sé que debo durar. Verifico a quienes confían en mí, a los gatarios guardados en proyectos colectivos, a mis ganas de ilustrar un libro, mis ganas de hacer portadas, mis ganas de romperme la cabeza organizando un libro o revista. Mis enfermas ganas de salir de un aula hallando miradas cómplices, que entienden lo que significa la oportunidad de estudiar y realizarse... ¿Puedo tener tiempo de ser infeliz por una soltería de miel?

Hoy, renace la energía de reecontrar a mis amigas, por hablar, por compartir. Por salir con entes del género masculino sin que implique una relación que puede desgastarse. Por dormir con mi gata de peluche (la original tiene su paraíso que visitaré por la mañana). Ganas de irme a cantar y bailar, exprimir lo que tengo por mí misma, sin que alguien me abra la puerta, que si bien mis músculos de mi brazo derecho andan mal, no lo suficiente para no valerse.

Por leerlos. Por andar en estos lares. Por encontrarlos y no verificar sus existencias debido a mi falta de atención, pero si me gritan ¡Rosuka!, créanme, de vuelta una sonrisa de reconocimiento, luz. Pura luz.

Oh, queridos seres, me siento como en uno de esos sillones suaves, que dan masaje. Cerraré los ojos, y ese breve ardor se irá disipando sin requerir más ansiolíticos. Sólo una idea para iluminar la noche por soñar en una cama mía, escogida por mí, con la almohada para mí, con las sábanas que sirven de ligero cobijo para estas décadas encerradas en un cuerpo de harapo texturizado.

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