domingo, 25 de enero de 2015

Las vísceras



Mi madre me contaba, después de preguntarle cuáles habían sido los peores momentos cuando estaba en la sala de urgencias, que lo más feo era ver estallamiento de vísceras. Me describía nuestras tripas saliéndose, imposible contener las hemorragias, nudos de cosa viva, culebras que exigían espacio en la sala de operaciones.

Hace muy poco (desgraciadamente) sentí un dolor en el estómago, una presión que estallaba en los ojos, al saber de la muerte en la familia. Lo único que hacían mis manos era apretar el estómago, porque la llave de la regadera parecía controlarse desde esas mismas tripas.

Las mariposas en la panza, el placer de la comida en la panza. Cúmulo de todo lo que se siente, incluido el estreñimiento y lo contrario, los cólicos que te revuelcan. Los cólicos otra vez, la consecuencia de que algo no está bien. Las mariposas, de nuevo, que te dicen que algo puede estar bien. Y es que ambos síntomas desembocan en la garganta: amor y odio.

Siempre que me he enojado (superficialmente) es porque no tengo comida, y puedo hacer un berrinche iracundo por carecer de eso que espero en la mesa, al tiempo justo. Los olvidos de los meseros, lo agrio de unos frijoles, lo salado de un pescado. 

¿Y la impotencia?, esa llega a la garganta y no se desquita con nada, ella sale por los ojos. La muerte también sale por los ojos. 

¿La bipolaridad es una enfermedad?, ¿quién no sería polipolar ante tanto desvarío? 

Los tacos de tripa, qué respeto les guardo. Vísceras, gente visceral le dice a quienes se dejan llevar por el impulso que actúen,  y hieren, desgarran. Gente que con vísceras ordena muertes reales y espirituales, gente que no se detiene a pensar (cualidad que se supone deberíamos tener). Frío para calmar la mente, que los intestinos son capaces de recibir órdenes todavía.


Mariposas en la panza.

Estallamiento de vísceras.

Impulso a lo injusto.

Muerte y vida.

Vida.

viernes, 16 de enero de 2015

Manos de cartón



Estuve buscando y no hallé aquella nota. No la hallé escrita, pero la guardo en mi memoria, que para eso no es tan fallida. Son los sueños los que se quedan atorados, que ocupan en no salir de la papelera.

Cada que sucede una ausencia, hay un tronido en mi cuerpo, en mi cabeza. Hay lágrimas atoradas en el sufrimiento visto en las salas de velación, en los sollozos resguardados. En el cuchicheo de los parientes y conocidos. Algo de lo terrible flota. ¿Qué es lo terrible si no subirse al cuadrilátero a pelear por existir?

Tengo recuerdos de las muertes, tengo recuerdos de mis abuelitas. Guardo pruebas de la sangre vertida en mis manos al voltear cuerpos ya inertes para prepararlos con algodones en orificios que antes se ocupaban para respirar, para oír.

En este departamento que habito, se fue mi mamá Vita. Ayudé a mi madre a prepararla, a colocarle un poco maquillaje. Era suave. Era caliente aún. Una nube. Mi primer contacto con esa muerte estuvo ahí, verdaderamente. Arroparla para su viaje, hablarle en su carita para decirle cuánto la quería y que me disculpara si mis torpes manos la lastimaban (sentía, sentía).

Con mi bisabuela, mamá Manuelita, me pasó algo parecido. Ahí el líquido tibio se guardó para siempre en mis manos. En los cortes de ropa. En la trenza que hice, en el acomodamiento de su rostro. Aún más, en descubrir que ocultaba las trufas de chocolate que le había regalado tiempo antes y que espero haya disfrutado.

La muerte. La muerte que ha visitado de nuevo a mi familia. La muerte que ha tocado lo vital, así como suena. Siempre me azotan las mismas preguntas cuando llega. ¿Por qué vienes así? Y es lógico pensar la respuesta: porque vivimos.

Entre mis notas había escrito un sueño que tengo permanente y que comencé a dibujar hace mucho:

Los colores eran terrosos: amarillos, cafés, sienas. Una montaña seca, mas viva. Había una gran mesa de madera fuera de una casa, el centro del terreno amurallado por piedras. Estaba sentada. La casa que quedaba a unos metros era del tipo de la que dibujas de niño: una puerta de madera, un humilde tejado. Estaba en una silla pequeña, y enfrente de la mesa, una figura que me veía, sentada. Un aire masculino en su mirada, calvo, con ropa de una sola pieza larga. Me veía y yo a él. No abría la boca, pero me decía de alguna manera si quería entrar por la puerta de la casa. Veía la puerta y en su contorno había una luz impresionantemente fuerte. Me invitaba.

Vi sus brazos y es lo más angustiante de ese sueño. Era piel en sus hombros, pero conforme bajaba la mirada iba cambiando la materia: piel, otro trozo de hierba seca, se veía la fibra como el mecate que compras deshilachado. Hacia sus manos, era cartón roto, seco. Veía el polvo en sus dedos. Sabía que era ella.

Le dije que no iba a pasar por la puerta.

Me quedé con los árboles de ese terreno, color rojizo. Me quedé viendo el rectángulo amarillo y grabándome la metamorfosis de sus brazos.

¿Qué dejan estos momentos si no confrontar la sentencia o la benevolencia de la vida que se viene con dejar de respirar? Nada más pienso en la vida. 

Ay muerte querida, que te atreves a anunciarte de vez en cuando, como dando oportunidad de arreglar ciertos asuntos. Cuando nos hacen una biopsia que al final resulta negativa y te avienta de nuevo al ruedo, para seguir existiendo. Y cualquier cosa es pequeña, cualquier desazón absurdo pasa a esa clasificación si una se detiene tantito a pensarlo. ¿Por qué no luchar por mejorar nuestra calidad, por ver a tu familia bien? ¿Acaso habría otra misión más valiosa que eso?

Todavía no entiendo la relación de la muerte con la garganta y los ojos, con el malestar en las entrañas. Todavía, a pesar de que me invitara, no resuelvo nada. Busco amor, busco claridad, busco no perder mucho tiempo. Mis vicios me persiguen, pero me ayudan. No he de dejar mis medicaciones, si no la angustia al vacío me destruye y caigo en una depresión absoluta que sólo mi familia conoce en ciertas dosis. Escribir me hace bien.

Al final de cuentas, mañana sonreiré y seguiré tratando de hallar equilibrio. Quizá eso no valga nada cuando te sientan a la mesa y te pregunten si quieres pasar a la casa de madera, pequeña, luminosa. Mas pienso en los otros, imagino lo no terminado, lo no hecho (que si no está claro qué se quiere, sería imposible saberlo).

A veces uno sueña, y te despiertan con serenatas involuntarias.

viernes, 9 de enero de 2015

El Tetris cotidiano

No sé ustedes, porque es probable que me puedan leer las almas jóvenes (por decirlo de alguna manera), pero a mí me tocó la moda de ese jueguito llamado Tetris, contenido en un artefacto rectangular, que si disponía de alguna arista suave, era moderno.

Era buena para ese juego, aunque me vencía el pánico en los niveles mayores, por la rapidez de caída. Ahora espero que esta consecuencia de entrar al juego, no se dé (al de la vida).

Como comentaba hace un par de semanas, los desajustes del año pasado me había pasado factura. No es que una deux ex machina halla llegado, si no que decidí virar la trayectoria.

Se han ido acomodando los sucesos, también ayudan estas semivacaciones escolares. Creo fervientemente en el cuaderno en blanco (recordando a Felipe, de Quino). Comienzo a escribir con tinta fuerte, a decidir bajo una lógica y a mirar con mucha fe al otro (todavía la tengo).

He estado trabajando más el cuerpo, alimentándolo mejor (recuerdo la pena de comer salmón en sobre, en pleno examen, bendito aroma), mirando a los que eran extraños y abriendo la posibilidad de conocimiento hacia ellos. Me gusta y emociona.

Sé que el país no es la maravilla, como el mundo no lo es, como el humano no lo es, mas me doy un respiro esta semana. Grito en partidos, conecto alumnos, escucho su emoción ante proyectos loables, tengo una necesidad de recuperar energías y añoro ver a mi sobrina cada día.

Ya vendrán los otros días, los más grises, pero me siento lista. Ando descubriendo el brillo de los ojos, una paz cantada sin caminar, una nobleza contenida entre líneas virtuales.

No importan los colores y las formas, caen lentas las piezas estos días y tengo posibilidad hasta de adornarlas. Mucho trabajo por venir, pero sí, sigo emocionada y enamorada de esta vida cotidiana.