Mi madre me contaba, después de preguntarle cuáles habían
sido los peores momentos cuando estaba en la sala de urgencias, que lo más feo
era ver estallamiento de vísceras. Me describía nuestras tripas saliéndose, imposible
contener las hemorragias, nudos de cosa viva, culebras que exigían espacio en
la sala de operaciones.
Hace muy poco (desgraciadamente) sentí un dolor en el
estómago, una presión que estallaba en los ojos, al saber de la muerte en la
familia. Lo único que hacían mis manos era apretar el estómago, porque la llave
de la regadera parecía controlarse desde esas mismas tripas.
Las mariposas en la panza, el placer de la comida en la
panza. Cúmulo de todo lo que se siente, incluido el estreñimiento y lo
contrario, los cólicos que te revuelcan. Los cólicos otra vez, la consecuencia
de que algo no está bien. Las mariposas, de nuevo, que te dicen que algo puede
estar bien. Y es que ambos síntomas desembocan en la garganta: amor y odio.
Siempre que me he enojado (superficialmente) es porque no
tengo comida, y puedo hacer un berrinche iracundo por carecer de eso que espero
en la mesa, al tiempo justo. Los olvidos de los meseros, lo agrio de unos
frijoles, lo salado de un pescado.
¿Y la impotencia?, esa llega a la garganta y no se desquita
con nada, ella sale por los ojos. La muerte también sale por los ojos.
¿La bipolaridad es una enfermedad?, ¿quién no sería
polipolar ante tanto desvarío?
Los tacos de tripa, qué respeto les guardo. Vísceras, gente
visceral le dice a quienes se dejan llevar por el impulso que actúen, y hieren, desgarran. Gente que con vísceras
ordena muertes reales y espirituales, gente que no se detiene a pensar
(cualidad que se supone deberíamos tener). Frío para calmar la mente, que los
intestinos son capaces de recibir órdenes todavía.
Mariposas en la panza.
Estallamiento de vísceras.
Impulso a lo injusto.
Muerte y vida.
Vida.
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