lunes, 2 de febrero de 2015

Suena a queja, y quizá lo sea, título largo para esta entrada.



Hay varias palabras que van encadenadas. No son declinaciones, no. Hay palabras que cuestan escribirlas. Descubrí que una que costaba en mi cabeza era: decisión, y no por circunstancias demasiado rebuscadas, se debía a la posición entre la “c” y la “s”. En los cursos de ortografía era palabra que de ley, venía.

Decisión, certeza, claridad. Si algo he aprendido de comunicación es ese claro esquema, que desde siglos se conocía y al cual se le han añadido múltiples variantes de acuerdo a lo que la tecnología ha puesto en nuestras manos. Era obvio que ser clara implicaba tener certeza, es decir, una decisión, una intencionalidad, dijera un estructuralista.

Se supone que ser claro debería facilitar la vida, pues nada, de hace ya un tiempo para acá el ser clara ha decantado en ser imprudente, en ser tajante. Creo en los grises y no me voy  a los extremos (ni para decir que soy cuadrada, aunque no dudo que tengo ciertos puntos que matan, por ejemplo, la impuntualidad). Tampoco creo en quienes se califican como "locos", "diferentes", "anormales", necesidad de sentirse diferentes en clubes de locos, diferentes y anormales..¡Por favor!

Si me declarara con algún tipo de religión, sería una especie de creyente en el mensaje claro. Podría tener un esquema encima de la cabecera y dedicarle mi día. 

Hace un tiempo escribí sobre mis conflictos con las malas interpretaciones. Pareciera que intentar dibujar con estilógrafo las ideas fuera pecado, pues se cree que no es verdad. O bien, los sujetos son de esos que les gusta andar por las ramas (cosa que por evolución sonaría absurdo). 

Lo que pido, al final del día, es “evitadme perder el tiempo”, porque aunque tengo a veces de sobra (no por ocio, si no por administración), perder el tiempo implica esfuerzo, energía, cosa que ya no quiero gastar. Hay que invertir ¿no?, y si quiero tener ocio, repondría mi cuerpo de las friegas de la semana, así que tampoco sería gasto.

Hablar, escribir, responder. Hallar nuevas cosas, mentes interesantes, eso es invertir. Y si bien no son compatibles, eso es invertir. Últimamente con mis amigas hemos resuelto que si bien de pronto no se sabe lo que una quiere, sí se sabe lo que una no quiere. Puedo ser paciente, esperar a que se den eventos que sé valdrán la pena, pero no, de favor, me hagáis perder el tiempo.

Y esto no es una queja, es una especie de credo. Lo que pasa, quizá, es que ahora la expectativa está canija: se espera que sepamos lo que al menos no queremos. Entre tanta ventaja tecnológica existe el riesgo de ser infinitamente dispersos (soy premio de dispersión, pero si vuelo, hago que me regresen para aterrizar en un punto). ¿Acaso ya no se puede esperar una idea clara? “Dejar fluir”, ¡por favor!, quítense de eso, que todo fluye sobre el camino que desean. Siempre hay una voluntad intrínseca, una acción. Si no se sabe al menos una dirección, ¿cómo quieren fluir?

Fluyo con lo que visualizo, y si visualizo es por que sé por dónde quisiera ir. Decisión, no desición, decisión.

Ya, parece que es queja ¿no?

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