Basta con abrir la puerta. A veces sólo necesito una manzana en proceso de descomposición, o la jarra malpuesta del agua. Lo oscuro y lo sin oxígeno. Soy tan poco exigente con la tristeza.
Es como una alergia. Huele, se siente y se exhala al regresar al que se supondría sería un reposo. Y es que los reposos varían tanto. El reposo del trabajo (que siendo sincera, resulta efímero), el reposo del amor (que siendo sincera, puedo acostumbrarme ya del todo, del de pareja, claro). El reposo de la muerte. El sentido que viene después de la muerte, el de globos llenos de agua caminantes, de rabia por la vida, ése es complejo de evitarlo. Una piensa que pasa, pero no. Eso rompe la panza. Otra cosa:
"Las calles de la panza se rompen cuando una abre la puerta".
El recuerdo, la ausencia de todo, el caos de la presencia de todo. La esperanza que camina lenta, más que la pobre trillada y hermosa tortuga.
Ahora recuerdo por qué no había escrito. Las palabras hacen recuperar la vieja y marchita memoria. Más de quienes se van. De los que te querían y deseaban cosas maravillosas para uno, siendo una tan simple. Y ahí anda una con la esperanza del color luminoso, de los ojos brillantes de los niños, de la sonrisa de los buenos hombres.
"Cuántas cosas quedaron prendidas hasta dentro del fondo de mi alma"... Ojalá que nos vaya bonito.
La caducidad es mi esperanza.
Hermoso
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