domingo, 4 de diciembre de 2016

La apuesta

Mucha noche, demasiada noche. El pensamiento atornilla las concretas ideas de la vida, y al mismo tiempo de su ausencia. Y la idea de la vida se borda con amor. Y el amor tiene muchos caminos. Eso sí, nunca uno más claro que el amor por seres vivos, por mi familia, mis queridos amores, mi hija.

Recuerdo haber cerrado ya hace un tiempo una relación donde lo que me cuestionaba era a dónde se iba todo lo sentido, lo deseado, lo crecido. Si era cosa de una larga faena, de cortar el pasto y los helechos, de arrancar raíces.
No, no es así. No para lo trascendental.

Quizá mis relaciones amorosas no sean el mejor ejemplo, porque tengo una postura muy concreta: seguimos existiendo, cada quien por su lado de acuerdo a la conveniencia. Porque el amor de todos los que están fuera de nuestros núcleos, de aquellos que crecen en otros lares y encontramos, siguen vivos y a la espera de nuevas aventuras y brillos después de uno. Eso, al final de cuentas me hace feliz. A veces no es cosa de querer querer.

Hoy agradezco a cada uno de esos seres que me han brindado luz. Ahora valoro aún más a los que regalan amor sin exigencia, a los que están sin estar. Ahora mi enamoramiento se inclina por esas huellas que se brindan por compartir. Al fin y al cabo ¿a qué venimos sino a eso?

Somos seres que padecen tanto, ya no el dolor del corazón, somos los que padecen porque a veces se nos pega la gana padecer. No tengo ganas de ello.

Hoy mi tristeza es por los incondicionales, los poco exigentes, los que acompañan. Hoy mi tristeza es por el dolor del cuerpo y sus procesos. Mis ojos chiquitos es por los otros que antes se dibujaban grandes y ahora se escalan al mínimo. Por los que se acuestan a tu lado buscando calor. Por los que abriendo la puerta ha estado ahí para quejarse de tu ausencia.

Después de ella, no quiero nada. Quiero que viva bien, que esté bien y es mi única oración. Y si tú eres así de incondicional como un gato puede ser, estaré. Pero no, no pienso tener otro hijo más, no quiero dejarlo solo. Hoy duerme fuera de casa, ¿qué pensará?, ¿dormirá bien?

Venimos a enlazarnos a tantos seres.

Cada que había una muerte en la familia la idea que tenía era de no querer a nadie por voluntad. Quizá sea una salida fácil para evitar dolor, y teniendo claro ello, tardaba mucho en decidir emprender viajes. Después descubrí que apostar era sano, porque si no el corazón se echaba a perder. Hoy mi corazón está fuerte, siente dicha por detalles, por buenas voluntades, por mover el tiempo y los lugares para brindar belleza al mundo que tanto lo necesita.

Creo que no había caído en qué tan incongruente soy, pero mi claridad de esta noche no es para que yo no sienta dolor, sino para que el otro ser no lo experimente, porque si el otro lo siente, no puedo estar tranquila. Hoy intento escuchar lo que me pide, y es que su voz es tan débil.

Acepto los caminos porque estoy agradecida con mi niña. ¿Qué puedo exigir si yo he sido tan deficiente? Hoy me toca apostar.

Aquí va todo lo que tengo, porque de porsí no tengo mucho. Pero lo que pueda, ahí está. Sólo espero con esperanza, sólo espero aunque carezca de ella.

Me doy cuenta que esperar no implica esperanza. No en ese sentido de la bondad. Hoy espero incondicionalmente, como ella se me ha dado durante tantos años.

Este es mi tipo de amor. Éste es el que trasciende, es el amor muso, el amor que sí tengo ganas de sentir.

Es esa cosa que uno sabe sin querer saberlo. Acepto lo que me digas, mi niña, qué más da lo que sienta, tú sólo dilo aunque la forma en que lo digas sea triste. Ese espacio es tuyo, mi niña.

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