domingo, 9 de julio de 2017

Descanso en paz



De todos los géneros, el que menos se me da es la poesía. No es porque la narrativa sea fácil, otros géneros mayores. Para lo único que me identificaron como “pasable” fue para el ensayo, quizá por mi necedad de defender algunas cosas, pero igual por ser flexible para aceptar las derrotas en palabras. Recuerdo haber pasado a la oficina de mi maestro de literatura ante un nada audaz intento de hacer poesía, en aquellos años donde estudié letras españolas (lengua y literatura hispánicas, nombre formal en esos años).  Mi maestro fue sutil para decirlo y a la vez fue una maravilla saber de algún talento.

Mis peleas frecuentes son con los pensamientos, porque leo a los autores pertinentes y me enfrasco (literal) en las otras ideas. Así como se hallan errores, que resulta casi natural en los humanos, agradezco las confrontaciones. Quizá sea esto una capacidad precoz de análisis, sobre todo en uno mismo.

Pero si se parte de la reflexión particular sobre temas generales, cuando entro en reflexión particular sobre temas personales a veces salen cosas parecidas a la poesía. No cualquier ser inspira a la poesía, y leo poesía gracias a quienes me la han acercado y he hallado a seres sobrenaturalmente divinos. Es un trabajo de atar cabos decantando en sentir cosas. Sentir.

La vida cotidiana te da más material para la discusión e incluso para deprimirse, pero la poesía, en unas cuantas líneas (como los haikus) te dan la imagen, te dan eso que no sé todavía cómo digerir pero pasa, pasa con o sin dolor. Es un don de algunos poder expresar el todo, el querer todo en poco.

Mientras hago ejercicio generalmente escucho cuentos, no he podido ser capaz de escuchar poesía porque se requiere de un estado de disposición distinta, una especie de renuncia, de orfandad.
Ante las miles de cosas que vivimos día con día, dejarse solo y escucharla, leerla, es todo un fenómeno. Es justo como el amor. ¿Qué es el amor si no la renuncia, la ausencia? Ese miedo absoluto de dejarse caer (como claro lo tienen en otras lenguas). Es esa especie de humildad de hallar que en este Universo existen fuerzas que sin opresión o violencia, te liberan de la terrible responsabilidad de saber todo. Más si esto conlleva la saludable forma de seguir siendo y reconocer que se sigue siendo sin ser, la maravilla. La conclusión de perderse y perdiéndose saber más, o de quizá, saberse como un ser que mirando a otro se halla de otra manera, porque perderse no implica una derrota, implica extenderse como plantas en época de lluvia.

Cuando sucede, los motivos sobran para hacer lo que se requiere hacer, ¡porque has hallado nuevas fuentes de energía de ti misma y de todo! Y para eso funciona, también, esa fuerza.  

Y sí, eso está bien. No requiere una propiedad específica, creo que es trascendental, y saberse capaz de digerirlo ya es una ganancia inconmensurable. He aquí una virtual y sana diferencia, desde mi punto de vista, puedes lograr crecer en esa perspectiva y alejarte un poco de otras concepciones.
Tanto la poesía como el amor requieren de esa disposición, disposición a planear, cambiar, crecer y mantenerte. 

Un espacio, un tiempo, un silencio. 

Una paz.

jueves, 29 de junio de 2017

El "te todo".

Hoy quiero escribir sobre los ojos luminosos. A veces es complejo hallarlos, pienso en las aulas, que suenan a jaulas pero no, evitemos esa similitud fonética que tiene su peor asociación a lo semántico... No.
Los ojos luminosos se hallan en los seres que viven y están, sí, fuera del teléfono en clases y que se emocionan con lo que les gusta, les atrae, aman. Los ojos luminosos son oscuros o claros, reflejos del foco o en sí mismos de un café azúcar mascabado. Los ojos enamorados.
¿Qué importa la escenografía?, ¿la luz externa?, ¡qué va! Los ojos. ¿Quién no se ha perdido  por unos ojos? Mirar perdidos los ojos implica más, y no es lo trillado del alma en ellos, es la atención. La atención en lo que no se puede verbalizar. La atención en el otro, casi como si la vida dependiera de ello. Lo difícil de sostener la mirada que suele sentirse como un desamparo, la desnudez. Yo admiro esos ojos, mirada segura, incluso segura de la debilidad.
La debilidad encarnada a la muerte segura, la muerte ahí, en el deshollamiento del orgullo, de saberse preparado  a través de encontrarse irremediablemente sin armas. Yo no sé, pero la belleza siendo así, tiene sentido.
Considero que atender estas necesidades a veces pasa de largo, nadie se mira porque pudiera parecer que mirar así a alguien fuera símbolo de absoluta debilidad cuando lo que refleja es el valor hacia el otro. Miren, miren, absorban al otro. Miren y hallen, y no sientan una pena si sienten pena. Propongo perderse en unos ojos.

¡Qué sería de la poesía sin el detenerse! Es como una fotografía, "el instante decisivo" decía Cartier-Bresson, la contemplación al momento. Puede dar un poco de miedo, pienso en la siguiente cadena:

Escuchar-Mirar-Perderse un rato encontrándose-Miedo a la desnudez de confirmar que es un ente-Saberse provocado por átomos-Saber que estás y no estás-La muerte-Los gatos tienen siete vidas-Así, tendríamos millones-Milones de muertes-Contemplar y hallar el sentido y el no sentido-Entender que nos iremos-No perder tiempo-Perderse-Encontrarse-Gozar-Decirlo-Debilidad tranformada en fuerza-La vida.

La nada-El todo-El te todo-El te todo, ojos-.

jueves, 6 de abril de 2017

El estado del arte

No, no estoy hablando de un marco teórico. Hablo del arte, del placer.
¿Cuál, pues, es nuestro placer? No la dopamina secretada en un instante, es la permanencia del gusto por estar. ¿Estar?
Estar, sucumbir a una realidad modificable. Modificable por voluntad, esfuerzo humano.
Humana la habilidad del pensamiento. El trabajo sináptico.
Creencia en las capacidades dionisíacas y apolineas. Creencia sin el dejo de la irracionalidad. Y es que el sueño no es del todo irracional.
El cambio, los nuevos caminos, la valentía de caer y la resiliencia.
¿Qué tenemos si no voluntad? Movere, motivación. Cada flor que después del "norte" sigue su camino para crecer, no el pecado del optimismo que a veces se deja ver. No, aprendo de la naturaleza.
Amigos, amores, almas, entes, somo elementos del universo.
Aprendo a golpes y a caricias.
Decido, quiero, busco, hallo y no encuentro muchas veces pero una aquí sigue intentando.
Después de una racha canija (digamos), sigo respirando.
Nos hemos de ir, nos hemos de perder en la mayoría de los cerebros -que como el mío- pierde memoria. Ya aunque eso pase, algo, mínimo, se ha de quedar.
No esperen de mí la injusticia.
No esperen de mí la falta de reconocimiento (a menos que me hallen sin lentes, que es algo físico pero que no es de corazón). NO.
Aquí heme, aquí.
Mi compromiso es con ellos, conmigo.
Amo.

jueves, 23 de febrero de 2017

La mortalidad avisa la belleza




Instrucciones


  1. Hacerse consciente de la mortalidad.
  2. Amarrar lo sublime.
  3. Sentir las ganas de estar de cualquier manera.
  4. Concienciarse de circunstancias, tiempos, deberes.
  5. Entender que no existe el imperativo de la felicidad.
  6.  La sonrisa no tiene un target definido.
  7. Saber que la creatividad establece el medio en estos terrenos.
  8. Delegar la circunstancia a la voluntad.
  9. Dar vueltas al universo respondiendo al deseo.
  10. (Frótese el alma en esta parte).
  11. Mantenerse atento al sonido.
  12. Sensibilizarse.
  13. Mover planetas.
  14. Amar.
  15. Agradecer.

jueves, 9 de febrero de 2017

Construyendo recuerdos



«Benditos sean los olvidadizos pues superan incluso sus propios errores» Nietzsche

“La fotografía es, ante todo, fuente que incorpora el pasado en el presente, un instrumento de la memoria tan recurrente y atractivo que nos permite recordar todos aquellos fragmentos de la vida y del mundo con la participación de la mirada”.
Susan Sontag


Una de mis principales fuentes de angustia son las fotografías. De repente aparecen imágenes impresas (cuando era lo material la praxis de recolección de momentos familiares agradables) que me colocan como una niña de dos, cuatro o más años. Las primeras fotos son de dos años. Alguna vez tuve una especie de reclamo por no tener de recién nacida, pero comprendí que era la segunda hija, y que cambian las cosas para registro. Tengo fotos de los concursos del kinder, de las escoltas, de las fiestas de cumpleaños. Ahí estoy y sé  que soy yo. La angustia más fuerte es cuando salgo en colectivo, cuando veo a mi abuelita, a todos los desaparecidos. Sé que estuve ahí, posiblemente hay recuerdos que hubiera contenido: no recuerdo. Es como un desapego terrible, una dimensión realmente desconocida dentro de lo terrenal.

Veo una piñata casi destruida y posando al lado. Veo un vestido que recuerdo, eso sí, que me picaba. Veo a mi abuelita al lado, mi walkman y mi perrito de entonces. Mis recuerdos se revisten de sentido si alguien vivo ahora, me nutre aún con su voz y puedo preguntarle de aquella escena. Ellos son quienes me orientan del pasado, de esa participación, sola no puedo. Es un fracaso, porque ni siquiera hablo de edades muy tempranas. Aún recuerdo con exactitud mi caída a los  tres años, recuerdo el hospital y el agua de melón que aún ahora alucino. Recuerdo mi muñequita de Rosita fresita al salir de consulta (tenía tres años, confirmo) y mi pijama de tortugas. Creo que el problema viene después. 

Hay un vacío.

Lo que sí sé es lo que sentía, pero todo es difuso y me atormenta.
Saben quienes me conocen de lo tanto que me quejo de mi mala memoria. De las espirales de pensamiento aisladas (a primera vista) cuando hablo. ¿Cómo es que puedo dar clase? Cada mes cambio de temas de curso porque siempre hay algo que me agrada más y al siguiente curso hago lo mismo, y veo los exámenes pasados y no recuerdo por qué había hecho tales modificaciones.

Los recuerdos

Hay una especie de sentencia de vivir lo presente, y aunque suene una oferta muy ad hoc al mundo, me arrepiento de no guardar imágenes del pasado. También, agradezco no tener tan fantástica memoria para guardar rencor y ahora sé por qué: el rencor deviene de una memoria emocional. Mi mala nemotecnia es también una manera de sobrevivir.

Por fortuna, no he logrado tropezar con las mismas cosas, porque el empirismo tiene, ése sí, un conocimiento muy natural. Mi cabeza sufre por no citar, por no recordar la estrofa perfectamente de aquel poema que me marcó. Sólo sé lo que sentí, no sirvo para hacer una clase magistral porque las asociaciones vienen de muchas fuentes alternativas. Admiro a mis alumnos y a quienes me escuchan de tratar de hilar mis estructuras. ¿Qué dirán de mí? –Ah, te toca Rosuka, se le va la onda-.

La única forma que tengo de engancharme a la realidad es a través del método. Quizá la lógica forzada sea mi salvavidas. Esto, desde otro punto de vista pudiera sonar frío, pero solicito comprensión.

A los 18 años me empezaron a medicar de una manera tan fuerte que apenas la capacidad de pensamiento en eso de la memoria empezó a claudicar. El presente es lo que tengo, y no lo digo como para libro de autoayuda, lo digo porque sé que quizá mañana pregunte si eso había dicho yo. Quince años de clonazepam, tafil, valproato, levetiracetam han mermado. Yo lo sé, he investigado lo suficiente y estoy por buscar a nuevo neurólogo que me ayude con estos vértigos cada vez más profundos e inusitados. Tengo cierta tristeza por ello. Al mismo tiempo, tengo que aprovechar escribiendo porque luego, cuando leo lo de hace un par de meses, no me creo que sea yo. No lo creo.

Después de esa película, esa de Eternal Sunshine of the Spotless Mind, me identifico en la necesidad del rescate, del  derecho de recordar aquello que nos ha hecho felices. De aceptarnos como recuerdos potenciales, y sí, el mismo derecho de ser un recuerdo potencial.

La invitación es a ser una imagen que tenga en la memoria, aún por lo afectada que me ha dejado. Más de una vez he visto exalumnos y pienso en algo que sentía cuando hablaba con ellos. Más de una vez deseo que el recuerdo de un ser se tatúe para siempre. Hay quienes tienen ese espacio de manera directa (la familia, por ejemplo), y hay otros que se guardan en fotografías que me dicen lo que viví. Yo estaba ahí.

Alguna vez vi fotos con algunas parejas que tuve en su momento, por fortuna eran de momentos adecuados, nada desequilibrados. Nadie se toma fotos en crisis. Las fotos son para momentos “memorables”, como dicen.

El estrés y el exceso de presente

¿Qué es si no el tratar de recordar paso por paso algo, sin solucionar nada, el estrés? Aún a sabiendas de esto, uno continúa yéndose a dormir pensando en lo mismo para nada. Es la incapacidad del disfrute del ocio, del tiempo no perdido, si no camino para solucionar. Distracción que alumbra ideas.

La magia de volver a vivir

Me muero de risa de los mismos chistes, mi amargura se limita a lo cínico -al sarcasmo-  pero nunca a la simpleza. Trato de recordar lo bello y vivirlo y sobrevivirlo, porque eso no causa malestar físico. Abrazo a los seres que se dan, que no están nutridos (¿nutridos?) de sus demonios, pero que sí los reconocen y trabajan. 

Miro a mi sobrina que abre sus ojos con las simples cosas del día, con el crecer de la planta, con los animales que reconoce. Eso es magia y es lo único por lo que desería tener un hijo: para descubrir finalmente el principio de todo.

La necesidad del rescate

Exceso de futuro es la ansiedad, dicen. Yo quiero rescatar momentos pasados, como esas tiendas de antigüedades, de objetos-historia. La intensidad de una injusticia hallándole alguna vertiente para trabajar en soluciones. Necesito sensores que me recuerden a cada momento lo importante, quizá como un programa de “recordarás esto”. Hace poco veía mi historial de materias cursadas y supe que todo lo que sé debe venir de ahí. El cerebro se empeña en recordar lo traumático como simple mecanismo de defensa, es comprensible, pero no como modus vivendi si no como modus operandi (cosa que no entiendo de no saludar a quienes han sido parte de tu vida, dios, no hay espacio para rencores).

Alcanzar a ser recuerdo de alguien

Si bajo los términos expuestos uno alcanzara a ser un recuerdo lindo, qué más se podría una colocar como meta, si de algo sirve la existencia. Las palabras, las acciones absurdas, el blanco de los salones de clase, la ida establecida como necesidad de aterrizaje. Nos hemos de ir, y aunque se pueda recriminar las alusiones a la muerte en uno que otro momento del día, es con el objetivo de vivir, ¿qué nos queda? Arriesgarse a ser recuerdo. Seamos de esos recuerdos, seamos.

jueves, 2 de febrero de 2017

El club de los morbosillonistas

Lo tendrán claro los que han visitado Plaza Ánimas (es una invitación).
Los sillones que por cinco pesos o diez  -de acuerdo a las posibilidades financieras- te dan un masaje tipo shiatsu son una trampa. Son una trampa para el club de los morbosillonistas. Hablo de Plaza Ánimas, pero aplica para Américas y análogos.
(Música incidental).

7 segundos.

Mientras tú estás disfrutando de ese masaje, hay entes que se pasean y se detienen enfrente de ti. Miran tus gestos, saben con exactitud los momentos que experimenta cada músculo, cada gramo.
El masaje inicia tierno, de los hombros, la espalda, baja poco a poco. puedes sentir esas bolitas removiendo cada gramo de estrés.

Es una trampa.

El movimiento llega a tu cadera, el sillón aprieta las pantorrillas, y de pronto... Hay una estructura extraña que toca la pelvis, esperen... Más allá de la pelvis, y brota el gesto de la extrañeza. Pareciera que fuese un masaje cuasi erótico. Miren que he probado de esos sillones, pagados y no (en Liverpool hay uno con su hermoso control que sería el sueño de cualquiera, gratis si está conectado). No tengo idea de quiénes hallan formulado el tour, pero es impresionante, así, de "sacarse de onda".

Mientras tú abres más los ojos y sonríes por pena o angustia, hay otros que te miran. Esos que te miran son justo eso, unos "voyeurs". Se comunican a través de grupos cerrados, igual te graban. Se imaginan cientos de cosas. Y no, no es inocente.

A la vez, creo que hay otro club, el de "los solitarios anónimos sillonistas". Quedan en una hora para sentarse y a la manera postmodernista (me temo que es post post) miran disfrutar lo que por cinco pesos se da, sin tener ninguna relación, ningún compromiso mas que el que hay entre un programa de máquina y tú.

Sí, el club de anónimos y de voyeuristas se responden.

Esto nos lleva a algo mucho más profundo de la simple descripción: el disfrute. Siendo exagerada, de los trascendental, del poliamor postfuturista (Rosa, es una tontería, calla, ja). Esperen, ¿pero acaso esas máquinas no son eso?

Yo no sé, pero invito a que lo experimenten de cualquiera de los lados. Hay quienes se sientan sin introducir una sola moneda, porque esperan a que sus familiares compren, pero pongan atención, existen quienes los miran disfrutar. Pongan atención.

La mirada no es inocente.

viernes, 6 de enero de 2017

Los amores

Ya soy grande y el cuerpo también me lo ha gritado con lesiones tras hacer ejercicios, o tras caer en accidentes urbanos. Ya soy grande no sólo porque el cuerpo me lo dice, también porque por fortuna sigo aprendiendo a mirar.

En años anteriores las vacaciones de clase me reducen a un estado depresivo, y aunque tuve un día así ya, no puede ser. Alguna vez, dentro del diagnóstico de un neurólogo muy raro, me dijo algo sobre la probabilidad de estos lapsos: de las ausencias (muchas veces me garran en pláticas o en clase) o de esos deseos intentos de suicidio o la  psicosis. Trabajo en ello todo el tiempo y he hallado en lo que puedo ofrecer a los otros un motivo para seguir, incluso en los pendientes laborales-profesionales. Agradezco a mi principal fortaleza, mi familia, para seguir sonriendo y hallando causas.

El estar consciente de las debilidades te hacen fuerte en muchos casos, y te hacen con esmero una optimista. Hay que hallar todo el tiempo motivos. Y saben, a veces es cansado.

Aquí es la parte terrible y angustiosa, y he encontrado en la comunicación una especie de mantra. La claridad, la procuración de justicia (suena trillado), el amor.

Tengo algunos vicios, muchos de los que jamás le presentaría a mis amados, porque son muy personales. Apenas la ventana puede ser el que los cuente acá.

La mañana es mi tiempo favorito, el sol naciendo. La noche es conflictiva pero en muchos momentos es productiva.

Ya soy grande, y he aprendido a querer sin querer, sin ya el sentido de propiedad y sin la constante de la permanencia. Amo, porque es el único puente que se alza para sobrevivir en este loco mundo. Me maravillo con la magia, con la distancia, con los amores posibles imposibles. ¿Qué se puede hacer?

El arte. La pasión, los colores, la técnica. La perfección. Esa misma que me hace una terrible compañera, una asesina del tiempo. Sin embargo, soy paciente, espero con esperanza mas no con expectativa. La expectativa depende de la voluntad de los otros y no mandamos sobre ellos. La esperanza es absolutamente personal. Yo tengo esperanza.

Los que con amor me han seguido en este blog, a manera de terapia inequívoca, saben lo que he renegado de mi memoria tan mermada por los medicamentos desde mi mayoría de edad. Ahora, miro con ventaja esa debilidad, me hace capaz de sorprenderme cada vez más y soy capaz de amar cuando el pasado no me impide con ladrillos la vida.

No, no soy santa y eso me fortalece. Nuestros monstruos si son aceptados al mirarse al espejo, nos hacen poderosos. Eso me enseñaron a los 27. Sé lo que quiero ahora, y por eso me siento grande, no en tamaño, si no en edad. Amar.

No soy capaz de ocultarles mis ánimos, no puedo. A veces no tengo idea de cuándo se terminará el viaje, pero espero tarde. Espero tarde.