domingo, 22 de junio de 2014

A eso se le llama hiperqueratosis

La mayoría de las veces, aún refutando de mi mala memoria, he escrito sobre recuerdos. Una vez escuché que los que más se quedaban eran los que provocaban algún tipo de trauma. Agradecida estoy de que la mayoría no dibujen esos instantes.

Lo que sucede ahora es extraño. Hay una profunda necesidad de escribir para decir lo que no comento, y que no se trata de enfermedades físicas, si no de un malestar que se genera en la garganta, que llega a las tripas y las revuelve.

Los mayores corajes, de los que rememoro cada detalle, han sido por impotencia, la misma que abandona su sentido en el sujeto que la produce. Me miro como ese toro que según los horóscopos, represento. Así, rumiando, exhalando humo salgo de los espacios y lloro después. Con los años ya no lloro, grito mi terror por la naturaleza humana, por ciertos seres ajenos a mi vida, pero que afectan en algún momento.

Ahora mis tristezas se deben a las circunstancias, no a lo no hecho, porque mi fuerza del intento cada vez es más terca. Mis tristezas nacen de mis decisiones de abandono, no conmigo, con los demás. Esta noche he abandonado un pesar, que siendo cadena de rosas, sigue siendo pesar. Una es fuerza infinita, una es impotencia infinita.

La soledad se escribe, y se escribe para aligerarse. A veces creo que estos estados los provocan las pastillas, los días, los cansancios; y existe una felicidad en estas paredes que crean un shock con lo que siento. Hoy he visto en mis brazos a mi hermosa razón de luz, mi sobrina dormida. Y la veo tan hermosa, tan blanca, tan suave. Y sonrío. Llego a casa, y recuerdo esos otros instantes de otras esferas de mi vida, y caen los muros.

Un minuto basta, la intuición es asesina, los segundos deciden hablar y todo termina. Termina el vapor, el agua sin recipiente, las nubes en esa terrible metamorfosis que no se sabe en qué quedará, cuál será su final amenaza. Llueve.

Si existe algún sentido del bien, se debe materializar en la noche y el sueño. Mañana, aunque amanezca hundida en la cama, el resorte de los deberes hará que mi cabeza gane. Implicará de nuevo el olvido, y se antoja la lluvia para sentir la piel y la consecuente existencia que quede. Y si viene el sol, me mantendré protegida. Pensaré en la playa y sus seres disfrutando el mar, y desearé que marche sin apuro la voluntad del disfrute.

Al final de cuentas, es el metabolismo lo que logra la sobrevivencia. Seguiré en la búsqueda del encuentro amistoso, de la risa, de la complicidad. Mi certeza radica en no tenerla, pero sí en procurar el acompañamiento de los estados. Mi tristeza radica en la nada, en el vacío de soñar y despertar suavemente, pero si he de despertar cayendo de la cama, pido hacer "callo", que sigo siendo tan terriblemente suave, que los hematomas me duran muchos años.


viernes, 20 de junio de 2014

Los expedientes

¿Qué sucede cuando escribe uno, así, en los espacios privados? Vaya oportunidad de reflejo, pero cuánto hay de pánico, al mismo tiempo.

Cuando recién comenzó el movimiento de poner "estados" escuchaba mucho sobre que eran tan superficiales. No podía estar más en desacuerdo. Sí, depende el ser humano que está detrás. Le tengo tremendo respeto a los blogs, a las notas.

A lo largo de unos cuantos años de dar clase me percato de que no puedo dejar de hablar en cada minuto, de soltar metáforas esquizoides y casi asesinas con ciertos entes, pero jamás he desquitado mis traumas. A lo mucho, he soltado lagrimitas cuando platico sobre la falta de fe en las nuevas generaciones (lo recuerdo perfecto, en el parque cercano a la prepa Gestalt, con aquella primera generación que adoré).

Hoy me tocó dar un discurso, y quise clavar cada palabra en esa alma que contienen los más nuevos seres. Y quisiera lanzar semillas de muchas cosas, de colores, de letras, de ganas.

El primer blog que comencé fue a los 17 años, escribí muy pocas entradas, recuerdo perfecto una sobre lo que denominé el "estado estupídico post asoleamiento". Justo se me ocurrió cuando salíamos de la prepa y caminábamos para agarrar el camión. El sol sobre las cabezas y la serie de rarezas que hacíamos mis amigas y yo. Recuerdo, a mitad de la explanada de la conocida "prepa Juárez", que tomé una plantita con forma de hélice. Le dije a una amiga: "mira lo que va a suceder", y la comencé a girar. Describí lo que la magia no podía realizar, pero sí la mente... Di vueltas y comencé a elevarme. Ese día me gané un empujón de mi amiga, me dijo que estaba loca.

Algún novio que tuve me confirmó que se había enamorado por lo que leía mío, y que era realmente como era. Sé que hay muchos tipos de piropos, pero ha sido el más bello. Saber que trataba de hallar señales de mi vida, de mi forma de pensar, era lo más cercano a enamorarse con el corazón de lo que el cerebro vomitaba.

Justo platicando con un alumno (ahora sin esa categoría, si no una aún más valiosa), recordé mi ejercicio vital de escribir este fin de semana. Y es que el fin de semana no implica salir de casa, al contrario, hace consecuente adentrarme y desenrollar mis no tan honrosos episodios. Qué sería de los espíritus sin esas válvulas de escape. Aquí dejo estos vectores para quienes quieran hacer curvas mentales.

Hay un puente especial entre quienes nos leemos, entre quienes nos miramos con las páginas. Somos una fraternidad de lo más cómplice, un atestiguamiento de la naturaleza. Por eso agradezco tanto que me leas ahora, tú, quien seas.

Enamorémonos de todo, de este cigarro que me acompaña, de la frescura de la noche, de los ojos hundidos de estar mirando en la pantalla. Sí, aunque sea todo tan virtual, me produce la misma presión en la garganta que sólo se quita si termino este pensamiento.

Mañana será importante recordar. Mañana quizá sea absurdo recordar. No importa dónde te he conocido, no importa qué rol desempeñábamos en algún instante, ahora todos somos una capa espesa en la tierra. Y eso, no será nunca superficial.

domingo, 15 de junio de 2014

Paraísos

Aquí nomás, pensando en esas zonas maravillosas de existencia. Justo pienso en ellas cuando del cuerpo uno no anda genial. Es tan aparte de eso.

Cuando una es chiquita, hay momentos tan parecidos a mi idea de felicidad perpetua. Tengo imágenes tan nítidas, los juguetes, los pasteles y las piñatas. Las fiestas de sandwichitos, de agua de jamaica. Las casitas hechas con sábanas, los libros que hacían paredes de casas para mis muñecas y los zapatos convertidos en coches. Las camas de madera, los roperos. El juego en charcos, el bote pateado, las escondidas, la rueda de San Miguel, el "amo a to", mi hermana, mi familia.

Después la escuela, mis amigas, la risa. Hasta los exámenes eran la adrenalina que aspiraba y la tranquilidad de no estar al borde de la muerte. Recordar cuando mi tía me enseñó a leer sin hablar (me dijo "lee este título sin hablar y dime qué dice", fue todo un descubrimiento). Mi tío y sus libros de arte, mi abuelita y mi madre con lecciones de negocios, de trabajo desde temprano hasta noche. Mi abuelita y sus fiestas, donde aprovechábamos ver a gente ebria para que nos dieran dinero y salir a comprar a la tienda. Los concursos de baile de la cuadra y sí, ganábamos. Los actos de magia de mis padrinos locutores, los grupos musicales que llegaban a casa a festejar un baile, o cuando mi tío albergaba a una que otra banda de rock ahí mismo. Los regalos de Reyes, donde quería descubrir si había truco. Navidad y el pinito blanco que debía ser muy pequeño, donde me dejaron un león en piezas que debía armar y que al hacerlo terminé colgándolo como cuadro.

Luego, la universidad. Creo que empiezo a tener huecos de memoria, pero con un esfuerzo logro recordar elementos. Un día un maestro dijo "esto es un supositorio" cuando se refería a un supuesto. Volteé a ver a mis compañeros y no entendía cómo no se estaban carcajeando. Yo me reía en la panza, me revolcaba en las tripas, y la risa me abarcaba aún más porque no se habían percatado. Las comidas de fonda en el barrio de Santiago, en Xochimilco. La señora de "las piedritas", donde por treinta pesos comías increíble (ah, qué milanesas). O doña "Rous" y sus cervezas al lado de un burro y el baño "monstruo", una letrina que debía ser urgente, si no, ni te asomabas (mejor nos íbamos a la ENAP). Recuerdo aquella vez en que hicieron una especie de redada en un mini antro del vicio llamado "El Kong", donde entraron policías hasta por las ventanas y querían acusar a mis amigos diseñadores por traer exactos y escuadras en sus mochilas, ¡vaya cosa de agresión, seguro iban a asaltar con sus transportadores!

Cuernavaca es cosa aparte. Mi amiga y yo, al salir de la ENAP, decidimos probar suerte unos meses. Afortunadamente existía un ser que fue mi maestro y es mi guía. Me enseñó fotografía desde Casa Lamm hasta ese Centro morelense de las artes, donde aprendí de Atget, de Capa, de Koudelka, Bresson, Brassaï, Héctor García, Nacho López, Rodrigo Moya y claro, mi adorado Ricardo Vinós.., ¡de tantas almas! Y no sólo por ver, si no por sentir. Con quien conocí mucho más del exilio español, con quien tomé clases de dicción leyendo a Machado. Son esos amores tan extendidos, tan sin medida, que definitivamente te marcan. Con quien tengo tantos pendientes, tantas fotos, negativos positivos.

¿Qué hace uno después de tanto? Ahora doy clases, y mi felicidad se reduce y expande a cada ser que cuestiona y brilla. Y no hay mayor tristeza que la muerte extraña en cuerpos tan jóvenes, una muerte masiva y terrible.

Mi felicidad es ver a los pequeños, a mi sobrina, al descubrimiento. Ver a mis alumnos detectando el arte cotidiano, conociendo lo que otros han hecho con la plástica desentrañando su realidad, comunicando sus instantes. Ánimos, ánimos... Haber estudiado letras un año me abrió un mundo que era necesario, y es que al final, si no hubiera migrado al DF, me hubiera ido a lingüística, un mundo de códigos, la llave al Universo.

Ahora mi fugaz instante de sonrisa es llegar a casa después de convivir con mi familia, mis amores, las pláticas, las risas. Aquí, en el estudio veo tantos papeles, pendientes, que aspiro atmósfera para tener fuerza en la semana. Ni recuerdo viejos amores, no hay mucho ya de eso.

Nunca sabré qué pasará, pero espero sea demasiado aún. Busco, busco paraísos.

domingo, 8 de junio de 2014

Sobre la epilepsia y eso que me hace como soy


Hace poco que abrí este espacio decidí importar varios sueños. Por alguna razón, consecuencia de mi desorden de notas, no hallé ese escrito exacto, pero lo tengo tan a la mano (tan a la mente) que reconstruiré mi memoria.

Sobre la experiencia extática

Hace años leí sobre Santa Teresa y sus trances. Médicamente se le conoce a la epilepsia que padecía (al menos muy estudiada por neurólogos) como “epilepsia de Dostoievski”, justo porque se supone él también la padeció. ¿Por qué fue tan fundamental leer aquel artículo?, porque me habían sucedido cosas parecidas, y quizá el temor de la locura me empezaba a invadir. Aquellos trances tenían que ver con mensajes religiosos. Yo no me considero en lo absoluto practicante de la religión que tengo desde mis múltiples bautizos (fui bautizada tres veces, eso de ser sietemesina y un supuesto mal cardiaco hizo que se apresuraran en el hospital), pero tuve sueños o viajes o algo por estilo, que siempre me reducían a despertar con un arrobamiento muy específico.

Hoy pensaba por la mañana, ¿desde cuándo seré como soy?, recordé de pequeña algunas anécdotas, pero no considero que se acercaran a trances. En el 85 sé que caí de las escaleras, todavía lo recuerdo: en el descanso de esa vía, escuchando gritos de mi abuelita, y de pronto todo oscuro. Recuerdo al médico en la sala de cirugía diciéndome “te voy a colocar esto (era una especie de concha) y vas a contar hasta diez, ¿sabes contar?”, dije que sí. Tengo en mi memoria mi pensamiento exacto: “esto es para dormirme, no me voy a dormir”. Me dormí. Me extrajeron dientes, y mis raíces habrían de dar problema en el futuro. Cuando a los dieciocho años tuve mi crisis general, me hallaba en mi litera, en el departamento que hoy habito. Desperté, escuché voces en la sala. Bajé y vi a los vecinos del departamento 2, él era el que atendía la farmacia del IMSS Lomas. Me vieron con ojos grandes y me preguntaron si estaba bien. Poco después supe el por qué de su preocupación.

Después de estudios me detectaron una hipo oxigenación cerebral, que cuando me la explicaron me provocó risa. Eso de “no tengo oxígeno en el cerebro” era una broma escolar, que en mi caso se hacía real. Les digo, tenía dieciocho años y esto me daba mucha curiosidad. Me atiborraron de medicamentos, incluido el clonazepam. Duré años, hasta que otro neurólogo habría de cambiarme el tratamiento. Por cierto, en esos tiempos, entré a la UNAM, la cuestión es que me iría a vivir sola, y mi familia confió en mí y en mi disciplina médica. No dejaré de agradecerlo jamás.

Ahora bien, empecé a tener problemas a esa edad, en donde apenas me diagnosticaban. Comencé a soñar tan vívidamente con vírgenes, que empezaban a asustarme. Soñé, por ejemplo, que en casa de mi bisabuela me hallaba en las escaleras, sentada. De pronto, santos aparecían flotando y aunque caminaba, iban detrás de mí. Otra vez, soñé que estaba en la cama y enfrente una silla flotaba con una figura cubierta por una tela, la silla giraba. A los lados, niños dioses (como el de Atocha) y sabía que era una virgen la cubierta que daba vueltas. De alguna manera deseaba y no, quitar la tela... Ya en Cuernavaca, me dormí en un sofá y desperté teniendo enfrente, sobre un banco, una virgen cubierta con una tela azul, y también mientras me bañaba, en vez de shampoo, una virgen de bulto.

Pasé por muchas personas, de todas las profesiones, para ayudarme. No podía dormir, pues no eran sólo sueños. A veces podía moverme y ver mi cuerpo, veía a personas flotando en el departamento, unos terribles, tanto que intenta rezar, ni siquiera recordaba cómo hacerlo. Otro más en un sofá en posición fetal, llorando. Ahí entendí que mi sueño o lo que fuera tenía que cerrar diciéndole que se tranquilizara. Amanecía diferente.

En Cuernavaca, a donde llegué a vivir en el 2006 (creo), una viejita se hacía escuchar diciendo “quiero mi café, denme mi café”, atrás de la cama. Lo tomé tranquila, me estaba acostumbrando, y coloqué una taza con café. No volvió a molestar.

El caso es que cuando al fin dijeron que tenía epilepsia, empecé a vincular estos trances tan vividos con las experiencias que me tranquilizaban y al mismo tiempo me asustaban. Hallé esas explicaciones vagas, pero al final,  respuestas, sobre la epilepsia extática y mis noches. Recuerdo haber ido a la Basílica y al ver el foco en verde, entrar a un confesionario. Tenía tantas dudas. Aquella vez el padre con un tono italiano, me dijo: “¿cuáles son tus pecados”?, había una mesita muy ad hoc, una caja de pañuelos a la derecha, y abajo, a la izquierda, un bote de basura. Le dije que en realidad iba a hacerle una pregunta, y después de explicarle lo que les cuento, no me dijo nada. Sólo me dio un método para alejar tales apariciones (para ese momento era más material, me dormía y unas sombras me tocaban entre los ojos para despertarme).

No sé qué cantidad de cosas hice, pero algo funcionó. Dejé de tener esas experiencias. Creo que es cuando más limitada he estado, pero lo que sí me dejó es un vértigo con el que no puedo muchos días del mes: el espacio se disuelve a mi izquierda. Y cambio la mesa de los salones para pegarlas a la izquierda, y no soporto que alguien que tenía un lugar en ese lado, se cambie. No puedo subirme a juegos revolventes, por decirlo de alguna manera, porque mi cuerpo no responde con adrenalina placentera, si no con un temor exorbitante que me grita una convulsión futura. Debo decir que sólo he tenido una general en toda mi vida, pero las parciales son extrañas, delicadas o tan desagradables que trato de desestresarme lo más que pueda, de quedar fatigada a la noche. De no soportar mi cuerpo y hacer ejercicio hasta agotar mi último pedazo. La crisis general fue un 16 de septiembre (bromeaba con eso de haber "dado el grito" literalmente), iba hacia el comedor de casa de mi tía cuando se cayó el suelo y grité a mi madre. Recuerdo sentirla a mi lado diciendo que estaba ahí. Desperté con un dolor de estómago horroroso, en un sillón de mis primas sobre el suelo, un médico a mi lado. Me dijeron que hablé, que hice preguntas sobre una playera de mi hermana, hablé de mi abuelita Vita ya fallecida, y es sorprendente que el cerebro con conexiones totalmente perdidas, en la vida en curso, se reconectaban en unos minutos.

Deseo agotarme en esta vida, producir y agotarme, dormir cansada. Dar lo que más pueda, compartir hasta lo que no se pueda. Quizá por eso decidí escribir ahora, así, en forma. Tengo tanto trabajo este día y esta noche, que si no comenzaba a decir todo esto, no sé si mañana lo pueda hacer. Mi memoria en decadencia hace que aquello que considero importante, a los minutos se vaya volando.

Ahora, disfruto estar aquí. Ya no han vuelto más cosas, aunque el vértigo es mi sombra y la energía que cunde cada mañana, tiene caducidad hacia la noche. Mis vicios han virado hacia el Tafil, o pastillas anticonvulsivas, hasta a la nicotina. Pero parece que, cada vez que entro a un salón, desfogo esa misma energía a través de mis absurdos y mis ojos, que parecen llaves de agua interminable.

jueves, 5 de junio de 2014

Sobre el amor y sus estadios


Qué complicado es hablar de las relaciones. Hace no mucho escribía de ello en varios post en una cuenta, y he decidido retomar las ideas (ejercicio que algunos pagarían en un diván, pero me ahorro el costo).

Desde que recuerdo no he sido muy buena en esa materia, pero no me quejo. La precaución ha ayudado a mantenerme sin tantos conflictos. El amor, vaya palabra y tantos hilos. Es como si mi hija Morris decidiera rasguñar los sillones hasta estropearlos, sólo por alguna especie de búsqueda de tranquilidad a su bella ansiedad. Así lo veo.

Vienen flashbacks, y me ubico en el kínder. Ensayábamos para el vals de la graduación, cinco años emergían en un cuerpo frágil, con cabello cortito (me gustaba tomar tijeras y cortármelo). Aquella vez le dije a mi madre: “mamá, me va a tocar bailar con un niño que me gusta”. El día del evento, comencé a contar: niño con tal niña, niño siguiente con niña siguiente y ¡pas!, el que me gustaba le tocaba a otra amiga. Recuerdo que quise cambiarla en la fila y nomás no se pudo. Me tocó justo el más desagraciado (por decirlo de alguna manera). Evidentemente le dije a la salida a mi madre que ése no era. No sé, creo que a partir de ahí debí entender eso de la suerte.

En la primaria me gustó siempre Gaudencio, cómo olvidaría su nombre. Supe en alguna reunión con mis amigas que yo le gustaba, y después que ya no le gustaba, si no una amiga llamada Lily. Lo bueno de aquellos tiempos era que nada era personal y no te causaba un trauma. Después un tal Ricardo fue el que me encantaba, y era un amor extraño. Creo, de hecho, que antes uno se fija en los carismáticos, pues no era el típico lindo. Siempre mantuve silencio, parecía que decir quién te gustaba era una prueba irrefutable de debilidad.

La secundaria, un amigo que anduvo con mi mejor amiga, era el único que en verdad me parecía bueno. Y ya en la prepa, la competencia por las mejores calificaciones hizo que quien se “me declaró” no tuviera mucho chance (no porque fuera mi rival, si no porque no había real atracción). De hecho me gustaba su mejor amigo, así es esto. Sorteos.

La universidad (la primera que cursé) no tuvo grandes opciones, pero comencé a retomar cierto patrón. Sólo un chico me “movía el tapete”, quien tenía ojos de venado y a quien se lo dije una vez. Siempre he sido muy cobarde para esos menesteres, pero sus ojos eran grandes, negros, y tenía un corazón maravilloso. Sólo lo traté, y eso bastó.

En la UNAM, vaya, anduve con un chico de artes plásticas. Suficiente tiempo para conocerme. Las crisis de los artistas me cansaron un poco, y es que tanta sensibilidad a la belleza hace más que probable que se enamoren fácilmente. Terminamos después de que me dijo estar en riesgo ante otra chica. Agradecida quedé, fue valiente. Tengo bellos recuerdos (aunque suene trillado) y aprendí mucho, pues se metió a letras alemanas y lo poco que sé de alemán y filosofía se lo debo a él. Para entonces ya andaba en mis 22 años. Creo que ha sido de mis relaciones más largas y fructíferas. Creo que me quiso mucho (correspondido).

De ahí, tardé para visualizar mi vida romántica. Apareció un arquitecto del DF cuando ya estaba en Xalapa. Hablaba demasiado. Nos sentábamos a la mesa y perfecto recuerdo a mi madre y a mí, casi tambaléandonos de sueño. Aprendí mucho sobre Le Corbusier, sobre capiteles y materiales. Finalmente el cansancio hizo que le dijera aquello que no es muy agradable, pero fui diplomática. Supe que me fue a buscar aún el año pasado a casa de mi madre. Por fortuna no estuve, ya después entendí que era ese aire de “Mr. Bean” el que me hizo ruido visual.

No he sido mujer que tenga muchas parejas, de hecho me encantan los chicos, pero como he escrito antes: conforme avanzo de edad, mi target disminuye.

El último novio fue odontólogo, y ha sido espectacular. Creo que eso de pertenecer a distintas áreas y el hecho de ser excesivamente calmado, formó buenos testimonios. Por gracia o desgracia, regresó con su exnovia. Y lo acepté (no duden que me llevé un tiempo de terror, pero ya estaba grande, le llevaba unos cinco años). Es y seguirá siendo un gran amigo, somos distintos, somos distintos. Lo excelente es que conocí algo impresionante: camarones al mojo de ajo que se hacían en su tierra natal. Pienso en eso y se me hace agua la boca. Ya sé a dónde ir por aquellas tierras.

A veces uno se pregunta qué quiere, y quizá no sea acertada la estructura gramático-emocional. Paso de tres décadas y mi soltería tiene buen sazón, todos aquellos que me han encantado entre relaciones, tienen una vida que admiro: son felices, completos. Y eso es lo que necesito. No quiero una mitad, quiero un ser completo.

Hablando con amigas, con la misma condición, llegamos a esa conclusión: los hombres y la palabra “compromiso” parecen no llevarse. Y no hablo de casarse, hablo del sentido exacto: compartir un proyecto. Creo en el crecimiento, en la alimentación cognoscitiva, en la construcción de sueños aterrizables. Significativo es que todos los que me encantan superan mi edad, y es que es obvio: ya saben lo que quieren. La indecisión es un mal terrible, y mi carácter ya no está para esas cosas, ni los celos, ni todo aquello que desorienta los caminos. Pareciera tan simple.

Ahora, pienso en familia, el concepto. Hace unos meses me fui con mi madre al defectuoso, y hablamos tan increíble en pleno Garibaldi. Comentamos sobre los hijos y sobre esa especie de llamado maternal que de pronto me nace. Sobre la inseminación artificial, sobre la adopción. Creo ahora que el amor que pueda perpetuar sería sobre un ser tan milagroso, que me conflictúa antes tener que hallar a mi compañero. Luego lo olvido y veo a mi sobrina, y quiero enseñarle tantas cosas que no me daría tiempo. Pienso en mis esguinces, en mi epilepsia, en mis cervicales dañadas y ¡chas!, que en verdad debo estar muy bien si deseo concentrarme en otro ser (nótese que ya no hablo de una pareja). También pienso en el mundo y sus terrores, y hace darme un paso atrás a mis sueños.

Sigo viendo los menús, y a veces los mejores platillos han sido solicitados antes que yo (chin). Creo que así es la vida, me siento bien, completa,  aunque el mercado objetivo sigue en decadencia. A veces es la suerte, a veces creo que doy miedo (por alguna estupidísima razón). Me construyo, reinvento, ofrezco buena vibra y sé que sea lo que pase en el tiempo, la exigencia no es tal, una es tan simple.

Aquí, en el departamento que habito, con las paredes de los colores que me gustan, con un caos y un orden específicos, hago y deshago. Vivo, consumo mis drogas prescritas, deambulo por la ciudad y procuro a mi familia (¡qué sería de mí sin ese amor, el más puro y exquisito!). Quiero a mis amigas, amigos (mucho más contados los últimos), escribo ante esas imprevisible necesidad. Y ya que me conocen como la maestra “loca”, abrazo mi locura para sobrevivir. Y eso sí, cuando halle algo divino, espero no me cambien el orden en el baile.

miércoles, 4 de junio de 2014

Ejercicios sobrenaturales

Debo decir que comencé a ir al gimnasio poco tiempo después de mi regreso del Distrito Federal (el "Defectuoso" de hoy en adelante). Puedo darles un tour de tacos y debo decir: jamás me enfermé. Justo comencé a ir porque había subido de peso considerablemente y lo tomé no como un castigo, si no como una oportunidad. Por cierto, recuerdo una vez que un tonto (por no decir otra cosa) le habló fuerte a una prima mía porque habíamos intercambiado aparato y que se pone loco con ella, ¿no me han visto enojada, eh? Ese día el tipejo me escuchó, una chavita de a lo mucho 15 años con un tipo gritando. Argggh... Me quejé, claro. Nunca faltan tipos machos que se creen lo máximo, recuerdo que aquella vez me dijo: "soy maestro, y no se debe hacer esto, porque estaba esperando". Sé que pueden pensar: "bueno, estaba a un lado del aparato, claro", nooo... Estaba en otro lugar y se puso loco. Un día lo vi de nuevo atravesando la calle y yo en el coche, ¡ah, si fuera un poco malvada le hubiera dado un susto, pero no!

Bueno, ya me desvié un poco de mi tema. Hoy les quiero contar de cositas que suceden ahí pero desde el enfoque: los que me espantan, los que me decepcionan, los que hacen nada, los del celular, los extraños... Lo intentaré:

El de las oraciones
Una tarde escuché una plegaria, quisiera que pongan algo de imaginación a lo siguiente: "¡Unshhh, huiessssjjjjjg.... Arrggghhoosss..!". Son de esas cosas que espantan, dije -Santo cielo, un monstruo-, ya después supe que decía: "uno, dos, tres, cuatro...". Sólo que traía una pesa de quizá, 50 kilitos. Hacía desplantes en todo el circuito y evidentemente, estaba lleno de músculos sobre músculos sobre músculos. Poco después supe su nombre porque me solicitó "amistad"  es una red social. Nunca le he hablado, y su foto era de las típicas selfies con short y eso, ya saben. Rifa paquetes de proteína pura y francamente creo que debe ser buena persona, sólo que la imagen aquélla me persigue y su oración me retumba.

Los del celular
Si hay algo que me perturba son aquellos que nunca hacen una rutina completa porque en realidad, hablan por teléfono. De hecho, no creo que hablen, pero da la imagen de ser súper resistentes. Otra es, en un aparato, están viendo mensajes, ¿sabrán acaso que hacen perder tiempo a quienes sí vamos a algo?, pura pantalla. Debo decir que hay momentos de risa cuando por estar con el celular, ¡se les cae, rebota y se desbarata el aparatejo!, pequeños instantes felices (escúchese voz de Rosuka Ross).

Los que me decepcionan
Puede existir la ventaja de ver interesantes cuerpos. Una vez un tipo, digamos que apreciable, llegó con su maleta vestida de bolsa de Gandhi librería. Hasta me brillaron los ojos. Ese día llegó un chico con su camisa semi abierta y ¡chas! Apenas se vieron, se hablaron, intercambiaron teléfonos, se tocaron sus músculos y salieron juntos. Desde entonces, ni me ilusiono. Obvio.

Las buenonas
Pues claro, cuerpazos. Una chica lleva una faja talla -7 (exagerada yo). Veía su cintura y me preocupaba que de repente se trozara y medio cuerpo cayera al lado, lleno de sangre y pedazos de piel. Hay otras que estoy segura, llevan guardaespaldas, otras operadas que van a tonificar lo que no se puede con cirugía. O las que se toman fotos haciendo pesas. Digamos que inspiran, pero vaya, eso de llevar licuados en vez de agua, me da nervios.

Los buenones
Mi definición de buenón radica en la espalda. Siempre escuchaba a mis amigas hablar de los que tenían glúteos interesantes, nunca fue algo en lo que me fijara, ahora lo veo como ejemplo de disciplina. Hay un tipo todo calvo que colocando sus manos en la barra, casi gira. Eso de que sea calvo habla de hormonas atractivas, aunque de cara pues no. Y es que eso es indispensable. Bueno, ya hablaré de los cráneos y el extraño caso de mis fijaciones.

El cubano
No sé si sea cubano, pero me parece. Moreno, alto, marcado, bello. Lo he visto tres veces en mi vida, y aunque no he atinado en su horario, y no soy lo suficientemente enferma para averiguarlo, me da la impresión que da la clase de box. De todas formas no me metería a la clase, se me saldría el corazón con una abdominal (no suena romántico, no quiere ser romántico).

Por el momento lo dejo aquí, todos los días me encanta observar. Ah, una vez un chico sí se me quedó viendo, y yo sin lentes, mensa, pues me quedé viendo pensando "¿es alumno?". No, no. Siguiente escena: su playera decía: Ciencias de la salud. ¡Era de prepa! Caso cerrado.

Ah... Ahora estoy cansada, andamos en nueva rutina con nuevo instructor cuya estatura es, pequeña. Buen tipo, sólo que de repente no lo encuentro cuando hay que cambiar de aparato. Hoy justo, hablando con mi prima dije al terminar una rutina: "¿on ta bebé?" y veo los ojos de mi prima más abiertos de lo normal, volteo y estaba a mi lado. Espero no lo tome a mal, pero es que no se ve.