domingo, 15 de junio de 2014

Paraísos

Aquí nomás, pensando en esas zonas maravillosas de existencia. Justo pienso en ellas cuando del cuerpo uno no anda genial. Es tan aparte de eso.

Cuando una es chiquita, hay momentos tan parecidos a mi idea de felicidad perpetua. Tengo imágenes tan nítidas, los juguetes, los pasteles y las piñatas. Las fiestas de sandwichitos, de agua de jamaica. Las casitas hechas con sábanas, los libros que hacían paredes de casas para mis muñecas y los zapatos convertidos en coches. Las camas de madera, los roperos. El juego en charcos, el bote pateado, las escondidas, la rueda de San Miguel, el "amo a to", mi hermana, mi familia.

Después la escuela, mis amigas, la risa. Hasta los exámenes eran la adrenalina que aspiraba y la tranquilidad de no estar al borde de la muerte. Recordar cuando mi tía me enseñó a leer sin hablar (me dijo "lee este título sin hablar y dime qué dice", fue todo un descubrimiento). Mi tío y sus libros de arte, mi abuelita y mi madre con lecciones de negocios, de trabajo desde temprano hasta noche. Mi abuelita y sus fiestas, donde aprovechábamos ver a gente ebria para que nos dieran dinero y salir a comprar a la tienda. Los concursos de baile de la cuadra y sí, ganábamos. Los actos de magia de mis padrinos locutores, los grupos musicales que llegaban a casa a festejar un baile, o cuando mi tío albergaba a una que otra banda de rock ahí mismo. Los regalos de Reyes, donde quería descubrir si había truco. Navidad y el pinito blanco que debía ser muy pequeño, donde me dejaron un león en piezas que debía armar y que al hacerlo terminé colgándolo como cuadro.

Luego, la universidad. Creo que empiezo a tener huecos de memoria, pero con un esfuerzo logro recordar elementos. Un día un maestro dijo "esto es un supositorio" cuando se refería a un supuesto. Volteé a ver a mis compañeros y no entendía cómo no se estaban carcajeando. Yo me reía en la panza, me revolcaba en las tripas, y la risa me abarcaba aún más porque no se habían percatado. Las comidas de fonda en el barrio de Santiago, en Xochimilco. La señora de "las piedritas", donde por treinta pesos comías increíble (ah, qué milanesas). O doña "Rous" y sus cervezas al lado de un burro y el baño "monstruo", una letrina que debía ser urgente, si no, ni te asomabas (mejor nos íbamos a la ENAP). Recuerdo aquella vez en que hicieron una especie de redada en un mini antro del vicio llamado "El Kong", donde entraron policías hasta por las ventanas y querían acusar a mis amigos diseñadores por traer exactos y escuadras en sus mochilas, ¡vaya cosa de agresión, seguro iban a asaltar con sus transportadores!

Cuernavaca es cosa aparte. Mi amiga y yo, al salir de la ENAP, decidimos probar suerte unos meses. Afortunadamente existía un ser que fue mi maestro y es mi guía. Me enseñó fotografía desde Casa Lamm hasta ese Centro morelense de las artes, donde aprendí de Atget, de Capa, de Koudelka, Bresson, Brassaï, Héctor García, Nacho López, Rodrigo Moya y claro, mi adorado Ricardo Vinós.., ¡de tantas almas! Y no sólo por ver, si no por sentir. Con quien conocí mucho más del exilio español, con quien tomé clases de dicción leyendo a Machado. Son esos amores tan extendidos, tan sin medida, que definitivamente te marcan. Con quien tengo tantos pendientes, tantas fotos, negativos positivos.

¿Qué hace uno después de tanto? Ahora doy clases, y mi felicidad se reduce y expande a cada ser que cuestiona y brilla. Y no hay mayor tristeza que la muerte extraña en cuerpos tan jóvenes, una muerte masiva y terrible.

Mi felicidad es ver a los pequeños, a mi sobrina, al descubrimiento. Ver a mis alumnos detectando el arte cotidiano, conociendo lo que otros han hecho con la plástica desentrañando su realidad, comunicando sus instantes. Ánimos, ánimos... Haber estudiado letras un año me abrió un mundo que era necesario, y es que al final, si no hubiera migrado al DF, me hubiera ido a lingüística, un mundo de códigos, la llave al Universo.

Ahora mi fugaz instante de sonrisa es llegar a casa después de convivir con mi familia, mis amores, las pláticas, las risas. Aquí, en el estudio veo tantos papeles, pendientes, que aspiro atmósfera para tener fuerza en la semana. Ni recuerdo viejos amores, no hay mucho ya de eso.

Nunca sabré qué pasará, pero espero sea demasiado aún. Busco, busco paraísos.

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