domingo, 22 de junio de 2014

A eso se le llama hiperqueratosis

La mayoría de las veces, aún refutando de mi mala memoria, he escrito sobre recuerdos. Una vez escuché que los que más se quedaban eran los que provocaban algún tipo de trauma. Agradecida estoy de que la mayoría no dibujen esos instantes.

Lo que sucede ahora es extraño. Hay una profunda necesidad de escribir para decir lo que no comento, y que no se trata de enfermedades físicas, si no de un malestar que se genera en la garganta, que llega a las tripas y las revuelve.

Los mayores corajes, de los que rememoro cada detalle, han sido por impotencia, la misma que abandona su sentido en el sujeto que la produce. Me miro como ese toro que según los horóscopos, represento. Así, rumiando, exhalando humo salgo de los espacios y lloro después. Con los años ya no lloro, grito mi terror por la naturaleza humana, por ciertos seres ajenos a mi vida, pero que afectan en algún momento.

Ahora mis tristezas se deben a las circunstancias, no a lo no hecho, porque mi fuerza del intento cada vez es más terca. Mis tristezas nacen de mis decisiones de abandono, no conmigo, con los demás. Esta noche he abandonado un pesar, que siendo cadena de rosas, sigue siendo pesar. Una es fuerza infinita, una es impotencia infinita.

La soledad se escribe, y se escribe para aligerarse. A veces creo que estos estados los provocan las pastillas, los días, los cansancios; y existe una felicidad en estas paredes que crean un shock con lo que siento. Hoy he visto en mis brazos a mi hermosa razón de luz, mi sobrina dormida. Y la veo tan hermosa, tan blanca, tan suave. Y sonrío. Llego a casa, y recuerdo esos otros instantes de otras esferas de mi vida, y caen los muros.

Un minuto basta, la intuición es asesina, los segundos deciden hablar y todo termina. Termina el vapor, el agua sin recipiente, las nubes en esa terrible metamorfosis que no se sabe en qué quedará, cuál será su final amenaza. Llueve.

Si existe algún sentido del bien, se debe materializar en la noche y el sueño. Mañana, aunque amanezca hundida en la cama, el resorte de los deberes hará que mi cabeza gane. Implicará de nuevo el olvido, y se antoja la lluvia para sentir la piel y la consecuente existencia que quede. Y si viene el sol, me mantendré protegida. Pensaré en la playa y sus seres disfrutando el mar, y desearé que marche sin apuro la voluntad del disfrute.

Al final de cuentas, es el metabolismo lo que logra la sobrevivencia. Seguiré en la búsqueda del encuentro amistoso, de la risa, de la complicidad. Mi certeza radica en no tenerla, pero sí en procurar el acompañamiento de los estados. Mi tristeza radica en la nada, en el vacío de soñar y despertar suavemente, pero si he de despertar cayendo de la cama, pido hacer "callo", que sigo siendo tan terriblemente suave, que los hematomas me duran muchos años.


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