Hace poco que abrí este espacio decidí importar varios
sueños. Por alguna razón, consecuencia de mi desorden de notas, no hallé ese
escrito exacto, pero lo tengo tan a la mano (tan a la mente) que reconstruiré
mi memoria.
Sobre la experiencia extática
Hace años leí sobre Santa Teresa y sus trances. Médicamente
se le conoce a la epilepsia que padecía (al menos muy estudiada por neurólogos)
como “epilepsia de Dostoievski”, justo porque se supone él también la padeció. ¿Por
qué fue tan fundamental leer aquel artículo?, porque me habían sucedido cosas
parecidas, y quizá el temor de la locura me empezaba a invadir. Aquellos
trances tenían que ver con mensajes religiosos. Yo no me considero en lo
absoluto practicante de la religión que tengo desde mis múltiples bautizos (fui
bautizada tres veces, eso de ser sietemesina y un supuesto mal cardiaco hizo
que se apresuraran en el hospital), pero tuve sueños o viajes o algo por
estilo, que siempre me reducían a despertar con un arrobamiento muy específico.
Hoy pensaba por la mañana, ¿desde cuándo seré como soy?,
recordé de pequeña algunas anécdotas, pero no considero que se acercaran a
trances. En el 85 sé que caí de las escaleras, todavía lo recuerdo: en el descanso
de esa vía, escuchando gritos de mi abuelita, y de pronto todo oscuro. Recuerdo
al médico en la sala de cirugía diciéndome “te voy a colocar esto (era una
especie de concha) y vas a contar hasta diez, ¿sabes contar?”, dije que sí.
Tengo en mi memoria mi pensamiento exacto: “esto es para dormirme, no me voy a
dormir”. Me dormí. Me extrajeron dientes, y mis raíces habrían de dar problema
en el futuro. Cuando a los dieciocho años tuve mi crisis general, me hallaba en
mi litera, en el departamento que hoy habito. Desperté, escuché voces en la
sala. Bajé y vi a los vecinos del departamento 2, él era el que atendía la
farmacia del IMSS Lomas. Me vieron con ojos grandes y me preguntaron si estaba
bien. Poco después supe el por qué de su preocupación.
Después de estudios me detectaron una hipo oxigenación
cerebral, que cuando me la explicaron me provocó risa. Eso de “no tengo oxígeno
en el cerebro” era una broma escolar, que en mi caso se hacía real. Les digo,
tenía dieciocho años y esto me daba mucha curiosidad. Me atiborraron de
medicamentos, incluido el clonazepam. Duré años, hasta que otro neurólogo
habría de cambiarme el tratamiento. Por cierto, en esos tiempos, entré a la
UNAM, la cuestión es que me iría a vivir sola, y mi familia confió en mí y en
mi disciplina médica. No dejaré de agradecerlo jamás.
Ahora bien, empecé a tener problemas a esa edad, en donde
apenas me diagnosticaban. Comencé a soñar tan vívidamente con vírgenes, que
empezaban a asustarme. Soñé, por ejemplo, que en casa de mi bisabuela me
hallaba en las escaleras, sentada. De pronto, santos aparecían flotando y aunque
caminaba, iban detrás de mí. Otra vez, soñé que estaba en la cama y enfrente
una silla flotaba con una figura cubierta por una tela, la silla giraba. A los
lados, niños dioses (como el de Atocha) y sabía que era una virgen la cubierta
que daba vueltas. De alguna manera deseaba y no, quitar la tela... Ya en
Cuernavaca, me dormí en un sofá y desperté teniendo enfrente, sobre un banco,
una virgen cubierta con una tela azul, y también mientras me bañaba, en vez de
shampoo, una virgen de bulto.
Pasé por muchas personas, de todas las profesiones, para
ayudarme. No podía dormir, pues no eran sólo sueños. A veces podía moverme y
ver mi cuerpo, veía a personas flotando en el departamento, unos terribles,
tanto que intenta rezar, ni siquiera recordaba cómo hacerlo. Otro más en un sofá
en posición fetal, llorando. Ahí entendí que mi sueño o lo que fuera tenía que
cerrar diciéndole que se tranquilizara. Amanecía diferente.
En Cuernavaca, a donde llegué a vivir en el 2006 (creo), una viejita se hacía
escuchar diciendo “quiero mi café, denme mi café”, atrás de la cama. Lo tomé
tranquila, me estaba acostumbrando, y coloqué una taza con café. No volvió a
molestar.
El caso es que cuando al fin dijeron que tenía epilepsia,
empecé a vincular estos trances tan vividos con las experiencias que me
tranquilizaban y al mismo tiempo me asustaban. Hallé esas explicaciones vagas,
pero al final, respuestas, sobre la epilepsia extática y mis noches. Recuerdo
haber ido a la Basílica y al ver el foco en verde, entrar a un confesionario.
Tenía tantas dudas. Aquella vez el padre con un tono italiano, me dijo: “¿cuáles
son tus pecados”?, había una mesita muy ad hoc, una caja de pañuelos a la
derecha, y abajo, a la izquierda, un bote de basura. Le dije que en realidad iba
a hacerle una pregunta, y después de explicarle lo que les cuento, no me dijo
nada. Sólo me dio un método para alejar tales apariciones (para ese momento era
más material, me dormía y unas sombras me tocaban entre los ojos para
despertarme).
No sé qué cantidad de cosas hice, pero algo funcionó. Dejé
de tener esas experiencias. Creo que es cuando más limitada he estado, pero lo que
sí me dejó es un vértigo con el que no puedo muchos días del mes: el espacio se
disuelve a mi izquierda. Y cambio la mesa de los salones para pegarlas a la
izquierda, y no soporto que alguien que tenía un lugar en ese lado, se cambie.
No puedo subirme a juegos revolventes, por decirlo de alguna manera, porque mi
cuerpo no responde con adrenalina placentera, si no con un temor exorbitante que
me grita una convulsión futura. Debo decir que sólo he tenido una general en toda mi
vida, pero las parciales son extrañas, delicadas o tan desagradables que trato
de desestresarme lo más que pueda, de quedar fatigada a la noche. De no
soportar mi cuerpo y hacer ejercicio hasta agotar mi último pedazo. La crisis general fue un 16 de septiembre (bromeaba con eso de haber "dado el grito" literalmente), iba hacia el comedor de casa de mi tía cuando se cayó el suelo y grité a mi madre. Recuerdo sentirla a mi lado diciendo que estaba ahí. Desperté con un dolor de estómago horroroso, en un sillón de mis primas sobre el suelo, un médico a mi lado. Me dijeron que hablé, que hice preguntas sobre una playera de mi hermana, hablé de mi abuelita Vita ya fallecida, y es sorprendente que el cerebro con conexiones totalmente perdidas, en la vida en curso, se reconectaban en unos minutos.
Deseo agotarme en esta vida, producir y agotarme, dormir
cansada. Dar lo que más pueda, compartir hasta lo que no se pueda. Quizá por
eso decidí escribir ahora, así, en forma. Tengo tanto trabajo este día y esta
noche, que si no comenzaba a decir todo esto, no sé si mañana lo pueda hacer.
Mi memoria en decadencia hace que aquello que considero importante, a los
minutos se vaya volando.
Ahora, disfruto estar aquí. Ya no han vuelto más cosas,
aunque el vértigo es mi sombra y la energía que cunde cada mañana, tiene
caducidad hacia la noche. Mis vicios han virado hacia el Tafil, o pastillas
anticonvulsivas, hasta a la nicotina. Pero parece que, cada vez que entro a un
salón, desfogo esa misma energía a través de mis absurdos y mis ojos, que
parecen llaves de agua interminable.
Entiendo desde el punto de la enfermedad, a veces nos posee. Cosas controlables que se tornan controlables.
ResponderEliminarIncontrolables*
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