sábado, 20 de diciembre de 2014

Las cosas muertas

Me es realmente complicado llevar un hilo de ideas, debo anotar cada cosa en una lista para poder administrar el tiempo, y administrar el tiempo tiene un dejo grosero, mas necesario.

Tiempo tiene que no escribía. Pasa que con todos los sucesos que han cubierto mi panorama con fachada terrible, ni había entrado a estas páginas virtuales, porque cuando uno mira a gran escala, mis cosas qué contar, son nada. El barniz de mis días tiene la tristeza de un país, la falta de esperanza, y la poca que queda, hizo y hace que camine aún.

Más de una vez me han dicho que por qué sigo confiando en el ser humano. Todavía no sé la respuesta, pero lo seguiré haciendo. No quisiera que una enorme corteza invadiera la piel, y sabemos lo que eso significa: dejar de respirar y morir absurdamente. No sé, hay formas de muerte más valiosas.

Terminando este periodo de clases, de recopilar imágenes e ideas y de tropezar con las mismas piedras, a veces sólo queda hundirse en la cama muchas horas. El cuerpo tarda en recuperarse, pero se puede lograr. El problema es que sanen los hilachos de un corazón cualquiera. Antes, bastaría con grapas, ahora ya no las hacen como antes. Ahora me queda el sabor de boca de desesperanza, de nuevo.

A veces una camina con la esperanza de no esperar, y he ahí la gran estupidez. De vez en cuando quisiera no sentir un ápice de algo bello, porque eso bello es veneno. Porque la belleza suele convertirse en veneno cuando lo percatas y lo requieres. No hablo de posesión, si no muy probablemente, de flashazos de felicidad finita (como todo).

Por lo regular no extiendo mis decepciones, duran una noche, las contabilizo. Si acaso molesto a mis amigas para confirmar que muy a pesar de los años, sigo cometiendo la misma rima.

Un día me desperté sonriendo al saber con quiénes cuento, por saber que lo construido tiene mis colores. Salgo regalando lo que queda, y de inmediato se multiplica. Me topo con la irreductible tontería cotidiana. Me topo con la falsedad, producto de los intereses más vagos e inhumanos. No quiero hacer corajes, ya no estoy para eso.

No quiero regalar "bilis", no quiero soportar siquiera lo leve, no quiero pasar horas elaborando un pastel que se desinfla a la media noche.No quiero perder mi tiempo, porque ya dije que de por sí me cuesta tanto entenderlo.

Quizá no sepa con claridad qué quiero, pero sí lo que no quiero. A veces lo que no  quiero lo vuelvo a hacer, y no quiero tampoco eso. No quiero lo que no quiero. ¿Por qué la memoria no guarda ese conocimiento de acuerdo a lo que se necesita?

Si vivir es dejar pasar las horas esperando, no lo deseo. Ejecución, determinación, decisiones sobre el conocimiento. ¿Será que la esperanza forzosamente va unida a la voluntad?, ¿y lo que no está en nuestro control?

Esta semana pasada mis ojos andaban hundidos, a veces creo que se deben pegar demasiado al cerebro, que se contaminan de pensamientos que me roban el sueño, que se conectan tontamente pues nada se resuelve.

Tranquilidad, sólo deseo tranquilidad. Honestidad con los cercanos míos, no tengo ganas de descubrir la mentira de azúcar, tampoco de hacer burbujas de palabras bonitas: las detecto.

Una especie de hartazgo del plástico que corroe la integridad, me devasta cada que vuelvo a caer en cuenta de que suelo ser muy estúpida. Sin embargo, salgo de nuevo a una lucha que no me sabe a batalla, exhalo.

Mi libertad radica en creer. Radica en decir, en no quedarme con lo indeseable, que al final, el cuerpo vomita sin que una quiera.

Mi libertad radica en creer.

Caer en el lodo de lo terrible, desglosar lo terrible, esperar a que sedimente.
Filtrar.
Cambiar el tubo de ensayo.
Escribir de nuevo.

lunes, 13 de octubre de 2014

Ausencias muy presentes

Cuando recién comenzaba a leer, recuerdo que estaba dentro del cuarto de mi tía (estudiaba para química farmacobióloga). Tenía sobre su buró un libro, no recuerdo mucho el título, pero sí algo que me pidió esa vez:

-No leas en voz alta, no abras la boca, lee con los ojos y me dices qué dice-

Después de comprender lo que me solicitaba, le dije el título. Es el primer momento mágico que tuve con la lectura, supe que mi cabeza y mi cuerpo habían establecido un sabio divorcio.

También viene a mi mente una vez que ante los largos dictados de la primaria, me entró una enorme angustia al ver mi mano seguir las palabras de mi maestra y pensaba en "estoy escribiendo, estoy escribiendo", en realidad la angustia venía de saber que mi mano seguía la instrucción, pero yo estaba pensando en que de pronto olvidaría cómo escribir, que de pronto haría signos sin sentido. Que mi mano seguía en su tarea y mi mente estaba pensando otra cosa. Comprendía, escribía y pensaba en lo terrible de la condición momentánea. Pasó largo tiempo hasta sentir la angustia de nuevo, pero potencializada.

Cuando me dijo el neurólogo que probablemente tendría "ausencias", creía que se refería a quedarme paralizada. Poco tiempo entendí a qué se refería. Una cosa es la distracción, que se vuele la idea mientras la tienes casi en la punta de la lengua, y otra es la ausencia.

Recuerdo una vez que iba caminando, de noche ya, hacia la pensión donde vivía en Xochimilco. Era largo el trayecto, me vi caminando y no reconocí mi cuerpo. Sabía que iba en la orientación correcta, pero no entendía cómo es que realizaba eso, y comencé a sudar frío. Ansiedad, quizá.

Ayer me pasó lo mismo. No en esa condición tan favorable. Estuve a punto de parar y es que, los caminos largos me desquician. El hecho de que no haya cambios en la carretera me hace, como a los autos, entrar en modo automático. Iba platicando con mi madre y ¡flash!, de pronto ya me había separado. Trataré de explicarme:

Creo que iba cantando, al mismo tiempo platicaba de los pormenores de la fiesta a la que habíamos ido, todo excelente. Comencé a sudar, y me dije "estoy conduciendo" y me lo repetí varias veces, sin reconocer mi cuerpo. Y quise aterrizar diciéndole a mi madre: "háblame, háblame, ¡háblame!, dime algo". Mi angustia no provenía de mi desorientación formal, sabía lo que hacía, pero no entendía lo que sentía. Dan ganas de que te pellizquen, de que te den una cachetada para volver a sentir un cuerpo que se mira extranjero. Como si el hecho de que mi madre proliferara cualquier palabra con sentido, me vomitara de nuevo al mundo.

Después de unos segundos todo regresó. Volví a sentirme dentro, mis ideas tenían sustrato, mis manos hormigueaban y mi brazo derecho dolía, como si hubiera hecho un gran esfuerzo.

¿Cómo es que puede darse?, no hablo aquí del típico caso de dejarse llevar por las emociones sin pensar (ejercicio por demás cotidiano). Hablo de un divorcio, y de una necesidad de volver a uno. La angustia de no regresar, de no tener consciencia corporal aunque te obedezca, es decir, la mente juega con tus instintos más primitivos y te desconectas.

Todo ello me hizo pensar en mil cosas después. La monotonía, las carreteras rectas, la vida lineal me hace entrar en crisis espontáneas y lo equiparé a mi necesidad de estar cambiando de cosas cada determinado tiempo. Parece que el sentirse ajeno a uno mismo no radica en un exilio circunstancial, a veces es una condición fisiológica con la cual habrá que convivir. No es hermosa.

Lo que sí aprendo de estos fenómenos es lo increíble que es nuestro cerebro. La ausencia, la agónica queja del espacio extendido, la lucha frecuente por ordenarse a uno mismo para tener claridad o certeza de un medio que resulta tan extraño.

Muchas veces me he tenido que disculpar con mis alumnos por andar girando en el salón, consecuencia frecuente de mis episodios de vértigo. Pero sigo pataleando sobre el suelo con el único fin de sentirlo, de saberme en un lugar. Hubo un tiempo que soñaba a personas con grilletes en los pies, porque si no, se iban volando y desaparecían en el cielo, alguno que seguro existiese en mis guiones.

Hoy he pensado en Remedios Varo, he pensado en los sueños y en el Arte. Hoy sé que hay espacio para donde no hay lugar.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Cosas de viernes tomando de pretexto la magnífica soltería

Muchos no han de creer en la soltería. Yo misma podría claudicar en la lucha. A mi edad, gran parte de las mujeres de mi familia tenían sus chavitos o estaban en una relación seria. Sé que a veces entra la presión de crear familia, de hallar pareja... Y aunque esto fuera fuerte en mí, de un par de meses para acá realmente me ha caído el veinte de no ser mi prioridad.

(Afuera escucho a Cerati, algún departamento le rinde homenaje y me va tan bien).

Si una fuera consciente todo el tiempo, sé que hallaría la locura a la vuelta de la esquina, hoy aterrizo. Justo hace unos días comencé a sentir la falta de una de mis drogas favoritas: levetiracetam. Pobres alumnos de Medios impresos, me vieron dar vueltas como león en jaula a las ocho de la noche, y es que el espacio se expandía peligrosamente. Ahora regreso y absorben mis venas tal fármaco y la tranquilidad muscular regresa. Gracias a ello, regreso de clases feliz.

Ah, cierto, hablaba de la soltería.

El caso es que hace ya algunos meses me he sentido tan reconfortada con mi espacio, que valoro el mismo de manera exacerbada. Múltiples actividades, falta de espacios para otros entes. Mi energía fluye en mis tareas, en los proyectos, que el simple hecho de considerar el concepto de pareja como algo imprescindible, cobra una opacidad al diez por ciento.

Esta semana ha rendido frutos a nivel académico, ver a alumnas salir, certificarse, con una vida futura alrededor de un sueño, que me hace creer y seguir. A mis veintidós años saliendo de publicidad, supe que me faltaba mucho. Esa necesidad de saber me había hecho llevar una carrera alterna: lengua y literatura hispánicas, mundo maravilloso. Luché por la titulación automática y me vi en la UNAM apenas saliendo de la UV. El hecho de esa secuencia y saber de la confianza de la familia, hizo que esa batalla fuera suave, de aprendizaje, mucho del cual valoro pasando mis tres décadas de vida. ¿Por qué viene esto al caso?, justamente porque para mí la soltería es un valor, más que una carga. Creo que pude quedarme en un estadio y seguir con la carrera natural de familia. Ahora, pienso en negocios, en proyectos y en compañeros que lo puedan soportar. Y no veo a  aquel compañero como un lugar "para quedarse", si no más bien, para crecer.

Hay una ternura no soberbia en escuchar entre aulas a mis alumnos hablar sobre sus relaciones. De pronto me visualizo en esos momentos. Nunca creí que las contadas relaciones que tuve fueran tan resistentes. No soy incrédula, pero si creí que seguir en algún instante con alguien debería significar libertad para ser quien fuera. Los años  enseñan, los años son de repente malditos, benditos, extraños, empáticos, simpáticos o antipáticos.

Heme aquí, absorbida por pensamientos que exhalan y exhalan ideas. ¿Quién soportaría una noche entera de pláticas muchas veces sin sentido?

Creo en la salud y en la enfermedad, hasta que ésta última me separe de mí misma. Tal cual. Creo en el amor, ¡claro!, pero por complicidad, por reconocer en el otro esa otra riqueza que me ayude a crecer. No es egoísmo, es justicia. Hemos de perecer, y  todo esto quedará en una memoria que tendrá caducidad para los proveedores de servicios virtuales. No estoy en búsqueda de alguien, estoy en búsqueda de mí.

Me va tan bien la noche, (sigue el concierto de Cerati en algún departamento del edificio de enfrente). Mis venas envenenadas me van convenciendo al sueño, al programa sabatino por venir. A la vida suave, al ejercicio que me ha hace sentir que sigo.

Recuerdo a mi  sobrina incansable, su sonrisa, y sé que debo durar. Verifico a quienes confían en mí, a los gatarios guardados en proyectos colectivos, a mis ganas de ilustrar un libro, mis ganas de hacer portadas, mis ganas de romperme la cabeza organizando un libro o revista. Mis enfermas ganas de salir de un aula hallando miradas cómplices, que entienden lo que significa la oportunidad de estudiar y realizarse... ¿Puedo tener tiempo de ser infeliz por una soltería de miel?

Hoy, renace la energía de reecontrar a mis amigas, por hablar, por compartir. Por salir con entes del género masculino sin que implique una relación que puede desgastarse. Por dormir con mi gata de peluche (la original tiene su paraíso que visitaré por la mañana). Ganas de irme a cantar y bailar, exprimir lo que tengo por mí misma, sin que alguien me abra la puerta, que si bien mis músculos de mi brazo derecho andan mal, no lo suficiente para no valerse.

Por leerlos. Por andar en estos lares. Por encontrarlos y no verificar sus existencias debido a mi falta de atención, pero si me gritan ¡Rosuka!, créanme, de vuelta una sonrisa de reconocimiento, luz. Pura luz.

Oh, queridos seres, me siento como en uno de esos sillones suaves, que dan masaje. Cerraré los ojos, y ese breve ardor se irá disipando sin requerir más ansiolíticos. Sólo una idea para iluminar la noche por soñar en una cama mía, escogida por mí, con la almohada para mí, con las sábanas que sirven de ligero cobijo para estas décadas encerradas en un cuerpo de harapo texturizado.

domingo, 20 de julio de 2014

Sobreescribir

El primer momento que tengo claro sobre dejar un mensaje fue cuando recién comencé a escribir, ¿edad?, supongo que unos seis años. Mi mensaje lo escribí a lápiz en la pared de casa de mi mamá Vita, y decía: "Manuelita sufre mucho". No recuerdo con exactitud por qué lo indiqué, cosas de la infancia (se sigue sufriendo a pesar de la consciencia a cualquier edad). Puedo suponer que pasó mucho tiempo antes de ser leído, pues fue cuando habría de cambiar de color la pared. Aquella vez mis tíos se rieron mucho. Seguramente reí.

En casa de mamá Vita (madre de mi madre, madre segunda o primera), había una enciclopedia, esos doce tomos gigantes. Sé que la había adquirido mi madre para mis tíos, y a mi hermana y a mí nos tocó tenerla. El juego de mi tío Enrique era abrir un tomo en cualquier página y leer qué había. Me gustaba mucho ver el mapamundi, más porque el papel era diferente: suave, olía rico. Había colores, nombres extraños.

Mi mamá nos regalaba revistas que se llamaban "Cuentos clásicos", mi tío tenía de aquellas novelas inmortales en historietas, y ahí se me iba el tiempo. No escribía casi nada, pero eso sí, hacía "calaveras" en noviembre, y rimas y canciones cotidianas con melodías conocidas. Lo sigo haciendo, y sigue siendo sumamente divertido y absurdo.


Mientras estudiaba justo en la prepa, la clase de literatura me concilió con la escritura, aunque por lo general eran críticas a lecturas. Eso se reforzó en la universidad. Me encantaba rascar las letras y hacer dizque ensayos. Durante el año que me enfoqué en una carrera alternativa (lengua y literatura hispánicas), escribí porque tenía que hacerlo, y comencé a saborear las ideas. Debo decir que siempre fui un caos, me encantaban los temas de lingüística y los problemas de los griegos en literatura. Ese año fue muy especial, hasta escribí poesía con las primeras experiencias, parecidas a lo marginal, hasta esa edad. Las debía leer ante mi maestro de literatura y recuerdo más de una vez haberme puesto como ciruela, cómo me costaba, cómo me cuesta aún.

Descansé la mente en letras, y me dediqué a estudiar el color y la imagen muchos años.

Hubo un tiempo en que estuve segura que la tristeza era mi motor. Esa especie de tristeza que produce no comunicar, paradojas. Escribía ante la necesidad de no poder comunicarme, así, comunicándome nomás conmigo, me sanaba.

En general los desacuerdos hacen que me esfuerce más, aunque ahora la belleza y la felicidad me dan ánimos a hacerlo. Mientras pienso, se me escapan muchas cosas, no soy capaz de citar a la perfección, aunque lo que siento sé que pertenece a alguien que dijo algo, y lo expreso diciendo lo de siempre: "alguien que no recuerdo quién es, dijo esto...".

Los recuerdos son motores, el presente se hace escuchar, y sobre el futuro es complejo decidir. Y estos bytes que dejo aquí desaparecerán. Con ello se irá una mente sumamente dispersa, olvidadiza y caótica. Los hilos de las ideas (sintaxis, me dice mi cabeza), sólo hallan un singular espacio cuando estoy frente al teclado. Mis maestros me decían que era buena para ensayo, pero que debía ser más ordenada, pues sacaba una cosa de otra cosa y así iba perdiendo mi idea central. Todavía no lo logro, pero estos ensayos de escritura hacen que exhale figuras.

Vivo en el reino de las ideas voladoras, y las trato de cachar. A veces las apunto rápidamente, y hasta hubo una vez que tuve alumnas que escribían mis frases y después me mostraban lo que había dicho por alguna razón. Una especie de ángeles de pensamiento.

Aunque muchas veces he renegado de mi mala memoria, redescubro y sonrío. Lo que no me gusta es la impotencia de no poder decir algo. Me enfermo de la garganta. Entonces, la salud depende de la libertad de hacer, y aunque muchos podrían apostar por tal obviedad, la comunicación nunca ha sido cosa fácil.

Aprendo a fugar, a concentrar, a seguirme a mí misma. Y así se grita en doce puntos, y así se grita en setenta y dos puntos, en ultrabold, en extended.

Hoy digo
mañana grito
pasado duermo
ahora callo.

viernes, 18 de julio de 2014

Adrenalina de exámenes de vida

¡Ah! Cuando una hace el recuento de los años (no daños), y piensa en lo que estudió, cosas se escapan. Eso de presentar un examen era tan emocionante, no por la carrera de la memoria, si no por el reto ante uno mismo. Aunque hice trabajos de investigación, el promedio hizo que pasara ambas carreras de manera suave. Ahora, siendo maestra, quisiera darles tantas armas como pudiera a mis alumnos, para que se repongan de cualquier cosa que pudiera desequilibrarlos.

Tengo mis alumnos asesorados. Es de las más grandes pruebas. Agradezco a cada uno la posibilidad de aprender de ellos, de sus dudas y mis dudas, de crecer. A veces no es de acuerdo a lo planeado, hay que replantearse las cosas cuando el tiempo no se estira como uno quisiera, pero el cronograma tiene una gran ayuda: administras porque administras.

Admiro a los chicos que sus veintidós años deben colocar cada cosa en su lugar, entre el servicio social, los eventos de materias, los exámenes y las tesis, para lograr titularse y salir al mundo a defender su pasión.

Hoy, leyendo borradores, corrigiendo estilo, viendo huecos por llenar, planeando exposiciones ante sinodales, pues no me queda más que hacerles saber que todo saldrá bien; no porque se me pegue la gana, si no porque es algo merecido.

Mi mamá me dijo una vez que a ella le hubiera gustado ser maestra. Finalmente lo fui yo. Hoy, en un curso, me ha quedado claro lo que sabía de alguna manera: doy clases en un mundo extraño, con seres cada vez menos habitados por ellos mismos, pero la esperanza la cultivo en cualquier día, en cualquier dendrita, con la sorpresa de la electricidad compartida. No tengo hijos, pero cada chico es alguien a quien orientar, a quien platicarle lo que uno pasa. Es como tener más de cincuenta hijos cada semestre. Habrá quienes te escuchen, habrá quienes no, ¿pero saben?, con que dos almas guarden algo de lo que digo para su vida, me hace feliz.

Yo no sé qué deje uno en este mundo, tan finitos somos, pero si hay una raíz, que sea la del conocimiento compartido. Falibles somos, ¡que hagan tantas observaciones como sean necesarias mis colegas a las tesis de mis alumnos! ¡No tengo forma de agradecer más que nos apoyen en un corpus fuerte, estable!

Estoy lista, y me pongo la camiseta de mis chicos. Gracias infinitas a la sorpresa de la vida de hacerme orientadora, que trae consigo una incalculable fatiga mental, pero que, al mismo tiempo, maximiza mi capacidad. Quiero ser lo mejor que se pueda para ellos, para mi familia y mi futura pareja... Y es que al final, nos construimos, nos hacemos, y nos compartimos. Crecemos juntos.

¡Ah, vida, que no eres mía, es de muchos!

domingo, 13 de julio de 2014

Ciclos

Cada que termina un semestre, inician los términos de proyectos, las persecuciones de tesistas, las lecturas que se ensanchan en una hoja repleta de líneas. Existe un cansancio natural que, por si fuera poco, se inflama con los achaques que la Luna afecta. Justo ahora, siento pesados los párpados, ardientes los ojos y la mente disipada.

La ventana está abierta, y lo poco de frío que rellena este pequeño espacio, ayuda a respirar vida. Lo interesante, y por más deprimente que pudiera dibujarse este instante, radica en que hay luces inesperadas. A veces tales energías vienen de la mañana, de la sonrisa de mi sobrina, de escuchar la locura familiar o de otros seres que de pronto aparecen en el guión. Veo labios conteniendo sonrisas, leo palabras maravillosas, la lejanía más cercana que pudiera imaginar. la esperanza no fácil, la hallada, la increíble posibilidad de cambio. Otro aire.

La expectativa siempre es el peso de las cosas, pero ahora no añado más que ideas ligeras y confirmo que las felicidades ya no son fugaces como las entendía antes. Puedo verlas extenderse, durar, aún en un fatigoso conjunto molecular que ahora ha decidido escribir, en praxis, sobre nada.


La música me acompañó desde la mañana, teletransportaciones al sur, tan fluido todo, tan señalado por el bien. Me he desvestido de sábanas y exhalo emociones contenidas por tiempos pasados. Y se exhala con sabor a menta, a yerbabuena. Y es que quizá sea la forma más bella de soltar con buen sabor de boca aquello que habitaba los altares. Envuelvo llaves de emociones, puertas que aprenden a abrirse con otra piel, y los ojos que ardían alcanzan a abrirse con luz, todavía.

Al final de cuentas, este cansancio lo recibo y abrazo, lo valoro, la Luna de acompañante logró tanto cambio, que los guerreros deben descansar.

No hay más lucha previsible, todo está tan equilibrado, tan fuerte, tan estable, que no me queda más que disfrutar la decadencia temporal de las pequeñas o grandes batallas, y sí, estar lista para los descubrimientos que la benevolente coincidencia me prepara (que de alguna manera vislumbro, como pequeño don de ese viejo sexto sentido).

Aquí sigo.

jueves, 3 de julio de 2014

Manejar o conducir, cosas de las relaciones en una analogía urbana muy estúpida

Conducir y manejar es tan diferente. Camino a la universidad, a entregar exámenes, iba detrás de esas camionetas que no te dejan mirar si hay imprevistos. Es algo chocante, sobre todo en subida. A lo largo de más de una decena de años de manejar, eso de ir detrás de la incertidumbre sobre ruedas es algo terrorífico. Iba sobre la avenida Américas, y como era obvio, dio la vuelta ese vehículo cuando ni aviso dio.

Pasando Pípila, entendí algunas cosas. Venía escuchando a Lila Downs, cantando (a veces he sacado de onda a quienes me ven toda inspirada), y ese tipo de situaciones crean algo así:

Respiro, inhalo y algo se queda atorado en la garganta. Se hace una bola, una especie de hernia que alude a la estupidez de quien maneja delante de uno. Exhalo.

Ahora bien, al final se cambió de carril y agarró otra calle. Todo aclarado, continué. Comencé a pensar en las relaciones. Sé que debe ser harto cansado el hecho de hablar de lo que todos hablan en sus momentos privados, pero más bien fue tan limpio el dictado que he decidido escribirlo.

Hay ocasiones en que uno se topa con vehículos más nuevos, más antiguos (si estuviera en el DF, no circulan ya), el caso es que uno los ve de lejos y se acerca, va checando y ante la indecisión del cambio de carril te empiezan a llenar de piedritas el buche (como se dice acá). Van en medio, para no perder la posibilidad de agarrar uno u otro (entiéndase lo que se entienda). Al final, ¡chas!, agarran otro carril (bien puede ser pavimento hidráulico o aquél empedrado que le da en la torre a la estabilidad del coche).

¿Saben que hay direccionales? ¿Saben lo que significa "querer algo" o no quererlo? No señores. La cuestión es, ¿hay posibilidad de saberlo a priori? Yo diría que no, hasta que los veas manejar una lo sabe. Puedes perder el tiempo, hacer corajes imbéciles, tocar el claxon para que entiendan y nada, nada pasa. Pareciera que la tranquilidad al volante se ve suplida por la emoción del "qué será", y justamente esa política de ver "qué pasará" no me va. Ahora que he dado clases de manejo, le digo a mis primas: "visualiza mínimo unos 25 metros adelante, es un arte de adivinar el pensamiento del otro, de ver los baches para no caer", justo en esa posibilidad que denomino "conducir" está la planeación. Ya lo sé, nada puede ser totalmente visualizado, pero si se pone a trabajar la cabeza, el corazón descansa.

(Añado, hay quienes conducen tan hermoso, pero es que llevan a la familia dentro, ni para ver el espejo retrovisor). Aplíquese todo lo dicho a las relaciones amorosas.

domingo, 22 de junio de 2014

A eso se le llama hiperqueratosis

La mayoría de las veces, aún refutando de mi mala memoria, he escrito sobre recuerdos. Una vez escuché que los que más se quedaban eran los que provocaban algún tipo de trauma. Agradecida estoy de que la mayoría no dibujen esos instantes.

Lo que sucede ahora es extraño. Hay una profunda necesidad de escribir para decir lo que no comento, y que no se trata de enfermedades físicas, si no de un malestar que se genera en la garganta, que llega a las tripas y las revuelve.

Los mayores corajes, de los que rememoro cada detalle, han sido por impotencia, la misma que abandona su sentido en el sujeto que la produce. Me miro como ese toro que según los horóscopos, represento. Así, rumiando, exhalando humo salgo de los espacios y lloro después. Con los años ya no lloro, grito mi terror por la naturaleza humana, por ciertos seres ajenos a mi vida, pero que afectan en algún momento.

Ahora mis tristezas se deben a las circunstancias, no a lo no hecho, porque mi fuerza del intento cada vez es más terca. Mis tristezas nacen de mis decisiones de abandono, no conmigo, con los demás. Esta noche he abandonado un pesar, que siendo cadena de rosas, sigue siendo pesar. Una es fuerza infinita, una es impotencia infinita.

La soledad se escribe, y se escribe para aligerarse. A veces creo que estos estados los provocan las pastillas, los días, los cansancios; y existe una felicidad en estas paredes que crean un shock con lo que siento. Hoy he visto en mis brazos a mi hermosa razón de luz, mi sobrina dormida. Y la veo tan hermosa, tan blanca, tan suave. Y sonrío. Llego a casa, y recuerdo esos otros instantes de otras esferas de mi vida, y caen los muros.

Un minuto basta, la intuición es asesina, los segundos deciden hablar y todo termina. Termina el vapor, el agua sin recipiente, las nubes en esa terrible metamorfosis que no se sabe en qué quedará, cuál será su final amenaza. Llueve.

Si existe algún sentido del bien, se debe materializar en la noche y el sueño. Mañana, aunque amanezca hundida en la cama, el resorte de los deberes hará que mi cabeza gane. Implicará de nuevo el olvido, y se antoja la lluvia para sentir la piel y la consecuente existencia que quede. Y si viene el sol, me mantendré protegida. Pensaré en la playa y sus seres disfrutando el mar, y desearé que marche sin apuro la voluntad del disfrute.

Al final de cuentas, es el metabolismo lo que logra la sobrevivencia. Seguiré en la búsqueda del encuentro amistoso, de la risa, de la complicidad. Mi certeza radica en no tenerla, pero sí en procurar el acompañamiento de los estados. Mi tristeza radica en la nada, en el vacío de soñar y despertar suavemente, pero si he de despertar cayendo de la cama, pido hacer "callo", que sigo siendo tan terriblemente suave, que los hematomas me duran muchos años.


viernes, 20 de junio de 2014

Los expedientes

¿Qué sucede cuando escribe uno, así, en los espacios privados? Vaya oportunidad de reflejo, pero cuánto hay de pánico, al mismo tiempo.

Cuando recién comenzó el movimiento de poner "estados" escuchaba mucho sobre que eran tan superficiales. No podía estar más en desacuerdo. Sí, depende el ser humano que está detrás. Le tengo tremendo respeto a los blogs, a las notas.

A lo largo de unos cuantos años de dar clase me percato de que no puedo dejar de hablar en cada minuto, de soltar metáforas esquizoides y casi asesinas con ciertos entes, pero jamás he desquitado mis traumas. A lo mucho, he soltado lagrimitas cuando platico sobre la falta de fe en las nuevas generaciones (lo recuerdo perfecto, en el parque cercano a la prepa Gestalt, con aquella primera generación que adoré).

Hoy me tocó dar un discurso, y quise clavar cada palabra en esa alma que contienen los más nuevos seres. Y quisiera lanzar semillas de muchas cosas, de colores, de letras, de ganas.

El primer blog que comencé fue a los 17 años, escribí muy pocas entradas, recuerdo perfecto una sobre lo que denominé el "estado estupídico post asoleamiento". Justo se me ocurrió cuando salíamos de la prepa y caminábamos para agarrar el camión. El sol sobre las cabezas y la serie de rarezas que hacíamos mis amigas y yo. Recuerdo, a mitad de la explanada de la conocida "prepa Juárez", que tomé una plantita con forma de hélice. Le dije a una amiga: "mira lo que va a suceder", y la comencé a girar. Describí lo que la magia no podía realizar, pero sí la mente... Di vueltas y comencé a elevarme. Ese día me gané un empujón de mi amiga, me dijo que estaba loca.

Algún novio que tuve me confirmó que se había enamorado por lo que leía mío, y que era realmente como era. Sé que hay muchos tipos de piropos, pero ha sido el más bello. Saber que trataba de hallar señales de mi vida, de mi forma de pensar, era lo más cercano a enamorarse con el corazón de lo que el cerebro vomitaba.

Justo platicando con un alumno (ahora sin esa categoría, si no una aún más valiosa), recordé mi ejercicio vital de escribir este fin de semana. Y es que el fin de semana no implica salir de casa, al contrario, hace consecuente adentrarme y desenrollar mis no tan honrosos episodios. Qué sería de los espíritus sin esas válvulas de escape. Aquí dejo estos vectores para quienes quieran hacer curvas mentales.

Hay un puente especial entre quienes nos leemos, entre quienes nos miramos con las páginas. Somos una fraternidad de lo más cómplice, un atestiguamiento de la naturaleza. Por eso agradezco tanto que me leas ahora, tú, quien seas.

Enamorémonos de todo, de este cigarro que me acompaña, de la frescura de la noche, de los ojos hundidos de estar mirando en la pantalla. Sí, aunque sea todo tan virtual, me produce la misma presión en la garganta que sólo se quita si termino este pensamiento.

Mañana será importante recordar. Mañana quizá sea absurdo recordar. No importa dónde te he conocido, no importa qué rol desempeñábamos en algún instante, ahora todos somos una capa espesa en la tierra. Y eso, no será nunca superficial.

domingo, 15 de junio de 2014

Paraísos

Aquí nomás, pensando en esas zonas maravillosas de existencia. Justo pienso en ellas cuando del cuerpo uno no anda genial. Es tan aparte de eso.

Cuando una es chiquita, hay momentos tan parecidos a mi idea de felicidad perpetua. Tengo imágenes tan nítidas, los juguetes, los pasteles y las piñatas. Las fiestas de sandwichitos, de agua de jamaica. Las casitas hechas con sábanas, los libros que hacían paredes de casas para mis muñecas y los zapatos convertidos en coches. Las camas de madera, los roperos. El juego en charcos, el bote pateado, las escondidas, la rueda de San Miguel, el "amo a to", mi hermana, mi familia.

Después la escuela, mis amigas, la risa. Hasta los exámenes eran la adrenalina que aspiraba y la tranquilidad de no estar al borde de la muerte. Recordar cuando mi tía me enseñó a leer sin hablar (me dijo "lee este título sin hablar y dime qué dice", fue todo un descubrimiento). Mi tío y sus libros de arte, mi abuelita y mi madre con lecciones de negocios, de trabajo desde temprano hasta noche. Mi abuelita y sus fiestas, donde aprovechábamos ver a gente ebria para que nos dieran dinero y salir a comprar a la tienda. Los concursos de baile de la cuadra y sí, ganábamos. Los actos de magia de mis padrinos locutores, los grupos musicales que llegaban a casa a festejar un baile, o cuando mi tío albergaba a una que otra banda de rock ahí mismo. Los regalos de Reyes, donde quería descubrir si había truco. Navidad y el pinito blanco que debía ser muy pequeño, donde me dejaron un león en piezas que debía armar y que al hacerlo terminé colgándolo como cuadro.

Luego, la universidad. Creo que empiezo a tener huecos de memoria, pero con un esfuerzo logro recordar elementos. Un día un maestro dijo "esto es un supositorio" cuando se refería a un supuesto. Volteé a ver a mis compañeros y no entendía cómo no se estaban carcajeando. Yo me reía en la panza, me revolcaba en las tripas, y la risa me abarcaba aún más porque no se habían percatado. Las comidas de fonda en el barrio de Santiago, en Xochimilco. La señora de "las piedritas", donde por treinta pesos comías increíble (ah, qué milanesas). O doña "Rous" y sus cervezas al lado de un burro y el baño "monstruo", una letrina que debía ser urgente, si no, ni te asomabas (mejor nos íbamos a la ENAP). Recuerdo aquella vez en que hicieron una especie de redada en un mini antro del vicio llamado "El Kong", donde entraron policías hasta por las ventanas y querían acusar a mis amigos diseñadores por traer exactos y escuadras en sus mochilas, ¡vaya cosa de agresión, seguro iban a asaltar con sus transportadores!

Cuernavaca es cosa aparte. Mi amiga y yo, al salir de la ENAP, decidimos probar suerte unos meses. Afortunadamente existía un ser que fue mi maestro y es mi guía. Me enseñó fotografía desde Casa Lamm hasta ese Centro morelense de las artes, donde aprendí de Atget, de Capa, de Koudelka, Bresson, Brassaï, Héctor García, Nacho López, Rodrigo Moya y claro, mi adorado Ricardo Vinós.., ¡de tantas almas! Y no sólo por ver, si no por sentir. Con quien conocí mucho más del exilio español, con quien tomé clases de dicción leyendo a Machado. Son esos amores tan extendidos, tan sin medida, que definitivamente te marcan. Con quien tengo tantos pendientes, tantas fotos, negativos positivos.

¿Qué hace uno después de tanto? Ahora doy clases, y mi felicidad se reduce y expande a cada ser que cuestiona y brilla. Y no hay mayor tristeza que la muerte extraña en cuerpos tan jóvenes, una muerte masiva y terrible.

Mi felicidad es ver a los pequeños, a mi sobrina, al descubrimiento. Ver a mis alumnos detectando el arte cotidiano, conociendo lo que otros han hecho con la plástica desentrañando su realidad, comunicando sus instantes. Ánimos, ánimos... Haber estudiado letras un año me abrió un mundo que era necesario, y es que al final, si no hubiera migrado al DF, me hubiera ido a lingüística, un mundo de códigos, la llave al Universo.

Ahora mi fugaz instante de sonrisa es llegar a casa después de convivir con mi familia, mis amores, las pláticas, las risas. Aquí, en el estudio veo tantos papeles, pendientes, que aspiro atmósfera para tener fuerza en la semana. Ni recuerdo viejos amores, no hay mucho ya de eso.

Nunca sabré qué pasará, pero espero sea demasiado aún. Busco, busco paraísos.

domingo, 8 de junio de 2014

Sobre la epilepsia y eso que me hace como soy


Hace poco que abrí este espacio decidí importar varios sueños. Por alguna razón, consecuencia de mi desorden de notas, no hallé ese escrito exacto, pero lo tengo tan a la mano (tan a la mente) que reconstruiré mi memoria.

Sobre la experiencia extática

Hace años leí sobre Santa Teresa y sus trances. Médicamente se le conoce a la epilepsia que padecía (al menos muy estudiada por neurólogos) como “epilepsia de Dostoievski”, justo porque se supone él también la padeció. ¿Por qué fue tan fundamental leer aquel artículo?, porque me habían sucedido cosas parecidas, y quizá el temor de la locura me empezaba a invadir. Aquellos trances tenían que ver con mensajes religiosos. Yo no me considero en lo absoluto practicante de la religión que tengo desde mis múltiples bautizos (fui bautizada tres veces, eso de ser sietemesina y un supuesto mal cardiaco hizo que se apresuraran en el hospital), pero tuve sueños o viajes o algo por estilo, que siempre me reducían a despertar con un arrobamiento muy específico.

Hoy pensaba por la mañana, ¿desde cuándo seré como soy?, recordé de pequeña algunas anécdotas, pero no considero que se acercaran a trances. En el 85 sé que caí de las escaleras, todavía lo recuerdo: en el descanso de esa vía, escuchando gritos de mi abuelita, y de pronto todo oscuro. Recuerdo al médico en la sala de cirugía diciéndome “te voy a colocar esto (era una especie de concha) y vas a contar hasta diez, ¿sabes contar?”, dije que sí. Tengo en mi memoria mi pensamiento exacto: “esto es para dormirme, no me voy a dormir”. Me dormí. Me extrajeron dientes, y mis raíces habrían de dar problema en el futuro. Cuando a los dieciocho años tuve mi crisis general, me hallaba en mi litera, en el departamento que hoy habito. Desperté, escuché voces en la sala. Bajé y vi a los vecinos del departamento 2, él era el que atendía la farmacia del IMSS Lomas. Me vieron con ojos grandes y me preguntaron si estaba bien. Poco después supe el por qué de su preocupación.

Después de estudios me detectaron una hipo oxigenación cerebral, que cuando me la explicaron me provocó risa. Eso de “no tengo oxígeno en el cerebro” era una broma escolar, que en mi caso se hacía real. Les digo, tenía dieciocho años y esto me daba mucha curiosidad. Me atiborraron de medicamentos, incluido el clonazepam. Duré años, hasta que otro neurólogo habría de cambiarme el tratamiento. Por cierto, en esos tiempos, entré a la UNAM, la cuestión es que me iría a vivir sola, y mi familia confió en mí y en mi disciplina médica. No dejaré de agradecerlo jamás.

Ahora bien, empecé a tener problemas a esa edad, en donde apenas me diagnosticaban. Comencé a soñar tan vívidamente con vírgenes, que empezaban a asustarme. Soñé, por ejemplo, que en casa de mi bisabuela me hallaba en las escaleras, sentada. De pronto, santos aparecían flotando y aunque caminaba, iban detrás de mí. Otra vez, soñé que estaba en la cama y enfrente una silla flotaba con una figura cubierta por una tela, la silla giraba. A los lados, niños dioses (como el de Atocha) y sabía que era una virgen la cubierta que daba vueltas. De alguna manera deseaba y no, quitar la tela... Ya en Cuernavaca, me dormí en un sofá y desperté teniendo enfrente, sobre un banco, una virgen cubierta con una tela azul, y también mientras me bañaba, en vez de shampoo, una virgen de bulto.

Pasé por muchas personas, de todas las profesiones, para ayudarme. No podía dormir, pues no eran sólo sueños. A veces podía moverme y ver mi cuerpo, veía a personas flotando en el departamento, unos terribles, tanto que intenta rezar, ni siquiera recordaba cómo hacerlo. Otro más en un sofá en posición fetal, llorando. Ahí entendí que mi sueño o lo que fuera tenía que cerrar diciéndole que se tranquilizara. Amanecía diferente.

En Cuernavaca, a donde llegué a vivir en el 2006 (creo), una viejita se hacía escuchar diciendo “quiero mi café, denme mi café”, atrás de la cama. Lo tomé tranquila, me estaba acostumbrando, y coloqué una taza con café. No volvió a molestar.

El caso es que cuando al fin dijeron que tenía epilepsia, empecé a vincular estos trances tan vividos con las experiencias que me tranquilizaban y al mismo tiempo me asustaban. Hallé esas explicaciones vagas, pero al final,  respuestas, sobre la epilepsia extática y mis noches. Recuerdo haber ido a la Basílica y al ver el foco en verde, entrar a un confesionario. Tenía tantas dudas. Aquella vez el padre con un tono italiano, me dijo: “¿cuáles son tus pecados”?, había una mesita muy ad hoc, una caja de pañuelos a la derecha, y abajo, a la izquierda, un bote de basura. Le dije que en realidad iba a hacerle una pregunta, y después de explicarle lo que les cuento, no me dijo nada. Sólo me dio un método para alejar tales apariciones (para ese momento era más material, me dormía y unas sombras me tocaban entre los ojos para despertarme).

No sé qué cantidad de cosas hice, pero algo funcionó. Dejé de tener esas experiencias. Creo que es cuando más limitada he estado, pero lo que sí me dejó es un vértigo con el que no puedo muchos días del mes: el espacio se disuelve a mi izquierda. Y cambio la mesa de los salones para pegarlas a la izquierda, y no soporto que alguien que tenía un lugar en ese lado, se cambie. No puedo subirme a juegos revolventes, por decirlo de alguna manera, porque mi cuerpo no responde con adrenalina placentera, si no con un temor exorbitante que me grita una convulsión futura. Debo decir que sólo he tenido una general en toda mi vida, pero las parciales son extrañas, delicadas o tan desagradables que trato de desestresarme lo más que pueda, de quedar fatigada a la noche. De no soportar mi cuerpo y hacer ejercicio hasta agotar mi último pedazo. La crisis general fue un 16 de septiembre (bromeaba con eso de haber "dado el grito" literalmente), iba hacia el comedor de casa de mi tía cuando se cayó el suelo y grité a mi madre. Recuerdo sentirla a mi lado diciendo que estaba ahí. Desperté con un dolor de estómago horroroso, en un sillón de mis primas sobre el suelo, un médico a mi lado. Me dijeron que hablé, que hice preguntas sobre una playera de mi hermana, hablé de mi abuelita Vita ya fallecida, y es sorprendente que el cerebro con conexiones totalmente perdidas, en la vida en curso, se reconectaban en unos minutos.

Deseo agotarme en esta vida, producir y agotarme, dormir cansada. Dar lo que más pueda, compartir hasta lo que no se pueda. Quizá por eso decidí escribir ahora, así, en forma. Tengo tanto trabajo este día y esta noche, que si no comenzaba a decir todo esto, no sé si mañana lo pueda hacer. Mi memoria en decadencia hace que aquello que considero importante, a los minutos se vaya volando.

Ahora, disfruto estar aquí. Ya no han vuelto más cosas, aunque el vértigo es mi sombra y la energía que cunde cada mañana, tiene caducidad hacia la noche. Mis vicios han virado hacia el Tafil, o pastillas anticonvulsivas, hasta a la nicotina. Pero parece que, cada vez que entro a un salón, desfogo esa misma energía a través de mis absurdos y mis ojos, que parecen llaves de agua interminable.

jueves, 5 de junio de 2014

Sobre el amor y sus estadios


Qué complicado es hablar de las relaciones. Hace no mucho escribía de ello en varios post en una cuenta, y he decidido retomar las ideas (ejercicio que algunos pagarían en un diván, pero me ahorro el costo).

Desde que recuerdo no he sido muy buena en esa materia, pero no me quejo. La precaución ha ayudado a mantenerme sin tantos conflictos. El amor, vaya palabra y tantos hilos. Es como si mi hija Morris decidiera rasguñar los sillones hasta estropearlos, sólo por alguna especie de búsqueda de tranquilidad a su bella ansiedad. Así lo veo.

Vienen flashbacks, y me ubico en el kínder. Ensayábamos para el vals de la graduación, cinco años emergían en un cuerpo frágil, con cabello cortito (me gustaba tomar tijeras y cortármelo). Aquella vez le dije a mi madre: “mamá, me va a tocar bailar con un niño que me gusta”. El día del evento, comencé a contar: niño con tal niña, niño siguiente con niña siguiente y ¡pas!, el que me gustaba le tocaba a otra amiga. Recuerdo que quise cambiarla en la fila y nomás no se pudo. Me tocó justo el más desagraciado (por decirlo de alguna manera). Evidentemente le dije a la salida a mi madre que ése no era. No sé, creo que a partir de ahí debí entender eso de la suerte.

En la primaria me gustó siempre Gaudencio, cómo olvidaría su nombre. Supe en alguna reunión con mis amigas que yo le gustaba, y después que ya no le gustaba, si no una amiga llamada Lily. Lo bueno de aquellos tiempos era que nada era personal y no te causaba un trauma. Después un tal Ricardo fue el que me encantaba, y era un amor extraño. Creo, de hecho, que antes uno se fija en los carismáticos, pues no era el típico lindo. Siempre mantuve silencio, parecía que decir quién te gustaba era una prueba irrefutable de debilidad.

La secundaria, un amigo que anduvo con mi mejor amiga, era el único que en verdad me parecía bueno. Y ya en la prepa, la competencia por las mejores calificaciones hizo que quien se “me declaró” no tuviera mucho chance (no porque fuera mi rival, si no porque no había real atracción). De hecho me gustaba su mejor amigo, así es esto. Sorteos.

La universidad (la primera que cursé) no tuvo grandes opciones, pero comencé a retomar cierto patrón. Sólo un chico me “movía el tapete”, quien tenía ojos de venado y a quien se lo dije una vez. Siempre he sido muy cobarde para esos menesteres, pero sus ojos eran grandes, negros, y tenía un corazón maravilloso. Sólo lo traté, y eso bastó.

En la UNAM, vaya, anduve con un chico de artes plásticas. Suficiente tiempo para conocerme. Las crisis de los artistas me cansaron un poco, y es que tanta sensibilidad a la belleza hace más que probable que se enamoren fácilmente. Terminamos después de que me dijo estar en riesgo ante otra chica. Agradecida quedé, fue valiente. Tengo bellos recuerdos (aunque suene trillado) y aprendí mucho, pues se metió a letras alemanas y lo poco que sé de alemán y filosofía se lo debo a él. Para entonces ya andaba en mis 22 años. Creo que ha sido de mis relaciones más largas y fructíferas. Creo que me quiso mucho (correspondido).

De ahí, tardé para visualizar mi vida romántica. Apareció un arquitecto del DF cuando ya estaba en Xalapa. Hablaba demasiado. Nos sentábamos a la mesa y perfecto recuerdo a mi madre y a mí, casi tambaléandonos de sueño. Aprendí mucho sobre Le Corbusier, sobre capiteles y materiales. Finalmente el cansancio hizo que le dijera aquello que no es muy agradable, pero fui diplomática. Supe que me fue a buscar aún el año pasado a casa de mi madre. Por fortuna no estuve, ya después entendí que era ese aire de “Mr. Bean” el que me hizo ruido visual.

No he sido mujer que tenga muchas parejas, de hecho me encantan los chicos, pero como he escrito antes: conforme avanzo de edad, mi target disminuye.

El último novio fue odontólogo, y ha sido espectacular. Creo que eso de pertenecer a distintas áreas y el hecho de ser excesivamente calmado, formó buenos testimonios. Por gracia o desgracia, regresó con su exnovia. Y lo acepté (no duden que me llevé un tiempo de terror, pero ya estaba grande, le llevaba unos cinco años). Es y seguirá siendo un gran amigo, somos distintos, somos distintos. Lo excelente es que conocí algo impresionante: camarones al mojo de ajo que se hacían en su tierra natal. Pienso en eso y se me hace agua la boca. Ya sé a dónde ir por aquellas tierras.

A veces uno se pregunta qué quiere, y quizá no sea acertada la estructura gramático-emocional. Paso de tres décadas y mi soltería tiene buen sazón, todos aquellos que me han encantado entre relaciones, tienen una vida que admiro: son felices, completos. Y eso es lo que necesito. No quiero una mitad, quiero un ser completo.

Hablando con amigas, con la misma condición, llegamos a esa conclusión: los hombres y la palabra “compromiso” parecen no llevarse. Y no hablo de casarse, hablo del sentido exacto: compartir un proyecto. Creo en el crecimiento, en la alimentación cognoscitiva, en la construcción de sueños aterrizables. Significativo es que todos los que me encantan superan mi edad, y es que es obvio: ya saben lo que quieren. La indecisión es un mal terrible, y mi carácter ya no está para esas cosas, ni los celos, ni todo aquello que desorienta los caminos. Pareciera tan simple.

Ahora, pienso en familia, el concepto. Hace unos meses me fui con mi madre al defectuoso, y hablamos tan increíble en pleno Garibaldi. Comentamos sobre los hijos y sobre esa especie de llamado maternal que de pronto me nace. Sobre la inseminación artificial, sobre la adopción. Creo ahora que el amor que pueda perpetuar sería sobre un ser tan milagroso, que me conflictúa antes tener que hallar a mi compañero. Luego lo olvido y veo a mi sobrina, y quiero enseñarle tantas cosas que no me daría tiempo. Pienso en mis esguinces, en mi epilepsia, en mis cervicales dañadas y ¡chas!, que en verdad debo estar muy bien si deseo concentrarme en otro ser (nótese que ya no hablo de una pareja). También pienso en el mundo y sus terrores, y hace darme un paso atrás a mis sueños.

Sigo viendo los menús, y a veces los mejores platillos han sido solicitados antes que yo (chin). Creo que así es la vida, me siento bien, completa,  aunque el mercado objetivo sigue en decadencia. A veces es la suerte, a veces creo que doy miedo (por alguna estupidísima razón). Me construyo, reinvento, ofrezco buena vibra y sé que sea lo que pase en el tiempo, la exigencia no es tal, una es tan simple.

Aquí, en el departamento que habito, con las paredes de los colores que me gustan, con un caos y un orden específicos, hago y deshago. Vivo, consumo mis drogas prescritas, deambulo por la ciudad y procuro a mi familia (¡qué sería de mí sin ese amor, el más puro y exquisito!). Quiero a mis amigas, amigos (mucho más contados los últimos), escribo ante esas imprevisible necesidad. Y ya que me conocen como la maestra “loca”, abrazo mi locura para sobrevivir. Y eso sí, cuando halle algo divino, espero no me cambien el orden en el baile.

miércoles, 4 de junio de 2014

Ejercicios sobrenaturales

Debo decir que comencé a ir al gimnasio poco tiempo después de mi regreso del Distrito Federal (el "Defectuoso" de hoy en adelante). Puedo darles un tour de tacos y debo decir: jamás me enfermé. Justo comencé a ir porque había subido de peso considerablemente y lo tomé no como un castigo, si no como una oportunidad. Por cierto, recuerdo una vez que un tonto (por no decir otra cosa) le habló fuerte a una prima mía porque habíamos intercambiado aparato y que se pone loco con ella, ¿no me han visto enojada, eh? Ese día el tipejo me escuchó, una chavita de a lo mucho 15 años con un tipo gritando. Argggh... Me quejé, claro. Nunca faltan tipos machos que se creen lo máximo, recuerdo que aquella vez me dijo: "soy maestro, y no se debe hacer esto, porque estaba esperando". Sé que pueden pensar: "bueno, estaba a un lado del aparato, claro", nooo... Estaba en otro lugar y se puso loco. Un día lo vi de nuevo atravesando la calle y yo en el coche, ¡ah, si fuera un poco malvada le hubiera dado un susto, pero no!

Bueno, ya me desvié un poco de mi tema. Hoy les quiero contar de cositas que suceden ahí pero desde el enfoque: los que me espantan, los que me decepcionan, los que hacen nada, los del celular, los extraños... Lo intentaré:

El de las oraciones
Una tarde escuché una plegaria, quisiera que pongan algo de imaginación a lo siguiente: "¡Unshhh, huiessssjjjjjg.... Arrggghhoosss..!". Son de esas cosas que espantan, dije -Santo cielo, un monstruo-, ya después supe que decía: "uno, dos, tres, cuatro...". Sólo que traía una pesa de quizá, 50 kilitos. Hacía desplantes en todo el circuito y evidentemente, estaba lleno de músculos sobre músculos sobre músculos. Poco después supe su nombre porque me solicitó "amistad"  es una red social. Nunca le he hablado, y su foto era de las típicas selfies con short y eso, ya saben. Rifa paquetes de proteína pura y francamente creo que debe ser buena persona, sólo que la imagen aquélla me persigue y su oración me retumba.

Los del celular
Si hay algo que me perturba son aquellos que nunca hacen una rutina completa porque en realidad, hablan por teléfono. De hecho, no creo que hablen, pero da la imagen de ser súper resistentes. Otra es, en un aparato, están viendo mensajes, ¿sabrán acaso que hacen perder tiempo a quienes sí vamos a algo?, pura pantalla. Debo decir que hay momentos de risa cuando por estar con el celular, ¡se les cae, rebota y se desbarata el aparatejo!, pequeños instantes felices (escúchese voz de Rosuka Ross).

Los que me decepcionan
Puede existir la ventaja de ver interesantes cuerpos. Una vez un tipo, digamos que apreciable, llegó con su maleta vestida de bolsa de Gandhi librería. Hasta me brillaron los ojos. Ese día llegó un chico con su camisa semi abierta y ¡chas! Apenas se vieron, se hablaron, intercambiaron teléfonos, se tocaron sus músculos y salieron juntos. Desde entonces, ni me ilusiono. Obvio.

Las buenonas
Pues claro, cuerpazos. Una chica lleva una faja talla -7 (exagerada yo). Veía su cintura y me preocupaba que de repente se trozara y medio cuerpo cayera al lado, lleno de sangre y pedazos de piel. Hay otras que estoy segura, llevan guardaespaldas, otras operadas que van a tonificar lo que no se puede con cirugía. O las que se toman fotos haciendo pesas. Digamos que inspiran, pero vaya, eso de llevar licuados en vez de agua, me da nervios.

Los buenones
Mi definición de buenón radica en la espalda. Siempre escuchaba a mis amigas hablar de los que tenían glúteos interesantes, nunca fue algo en lo que me fijara, ahora lo veo como ejemplo de disciplina. Hay un tipo todo calvo que colocando sus manos en la barra, casi gira. Eso de que sea calvo habla de hormonas atractivas, aunque de cara pues no. Y es que eso es indispensable. Bueno, ya hablaré de los cráneos y el extraño caso de mis fijaciones.

El cubano
No sé si sea cubano, pero me parece. Moreno, alto, marcado, bello. Lo he visto tres veces en mi vida, y aunque no he atinado en su horario, y no soy lo suficientemente enferma para averiguarlo, me da la impresión que da la clase de box. De todas formas no me metería a la clase, se me saldría el corazón con una abdominal (no suena romántico, no quiere ser romántico).

Por el momento lo dejo aquí, todos los días me encanta observar. Ah, una vez un chico sí se me quedó viendo, y yo sin lentes, mensa, pues me quedé viendo pensando "¿es alumno?". No, no. Siguiente escena: su playera decía: Ciencias de la salud. ¡Era de prepa! Caso cerrado.

Ah... Ahora estoy cansada, andamos en nueva rutina con nuevo instructor cuya estatura es, pequeña. Buen tipo, sólo que de repente no lo encuentro cuando hay que cambiar de aparato. Hoy justo, hablando con mi prima dije al terminar una rutina: "¿on ta bebé?" y veo los ojos de mi prima más abiertos de lo normal, volteo y estaba a mi lado. Espero no lo tome a mal, pero es que no se ve.

domingo, 25 de mayo de 2014

Puntos débiles

Ante la carencia de salud, sobre todo viniendo de la gripe, la consecuencia que más temo es la pérdida de sabor. El aroma también se vislumbra agónico, y el "antojo" disminuye, (si hay algo que me da felicidad es justamente, comer).

Me quedé recordando desde cuándo tengo imágenes de mis antojos. Hace muchos años, mi familia tenía un expendio de pan llamado "El cocol", estaba en una calle llamada Prosperidad (bonito nombre), y ahí pasé muchos años de mi infancia. Hablo del rumbo de la avenida Xalapa, por la facultad de economía. El caso es que, mi hermana y yo estábamos todas las tardes ahí, me gustaba el sonido de las bolsas de papel de estraza, los sonidos de las pinzas, la manera en que acomodaban cada pan, y la caja fuerte (un cajón de un mueble de madera muy sencillo, que habían adecuado mi abuelita y mi mamá para que se pudiera jalar y empujar, a la usanza de las máquinas registradoras).

Recuerdo que a la vuelta, frente a una fuente muy bonita que está al final del camellón, había dos taquerías al pastor. Yo iba a comprar hacia la noche, o me llevaban mis tíos, y es justo ahí donde recuerdo lo que significa "antojo". La explosión de sabores  tan sencillos: la salsa, el limón, la textura de la carne y la suavidad de la tortilla pequeñísima lo ha hecho un elemento humilde y majestuoso.

Siempre he sido admiradora de los buenos tacos, mi familia lo ha sabido desde siempre. Recuerdo que a veces me iba en un camión a la calle Clavijero, que hubo un tiempo que tenía como cuatro taquerías al pastor, e iba con mi "toper" a traer "promociones", y es que eran promociones ya que te daban dos órdenes y frijoles charros gratis (no se encontraba por ningún lado el recaudo, era caldo, pero qué bueno me sabía). Una vez se rieron de mí cuando llegué a casa de mi abuelita porque el toper estaba lleno de caldo y los tacos en la bolsa, dijeron: "ay, el traste era para los tacos, eso ni frijoles trae". En fin, que me encantaban.

Estoy pensando en tacos y en pan, y no tengo de pronto antojo.

"El cocol" ha sido la época que más imágenes me deja de cuando era niña, mi madre, abuelita y hermana (yo me pegaba) íbamos al DF a buscar cositas para vender en el expendio, en una vitrina viejita se colocaban desde "pinturitas" hasta zapatillas de Barbie, ropita traída desde la calle de correo mayor o juguetes (dependía la temporada, dijera mi madre: "pura novedad"). Y todo marchaba bonito. Tuve amigos, dábamos vuelta en esa cuadra, inventábamos historias y éramos conocidos de las tiendas. Hacía dibujos en el papel de estraza y le sacaba copias a la vuelta (recuerdo que hice un Santa Claus una vez y Nieves, la chica que atendía, me dio la copia y dijo: "qué bonito dibujo").

En la esquina había una tortillería, estaba el pollero (de lo más chismoso del mundo y entretenidísimo) y también había un puesto de revistas (que sigue ahí) y recuerdo perfectamente que me sentía "en pecado" por ver las ilustraciones de las revistas "Los albañiles", ay qué barbaridad de la vida. Mi hermana y yo agarrábamos dinero de la caja e íbamos por un yogurt de vasito, insertábamos el popote y regresábamos al expendio de pan (muchas veces ese dinero no tenía la aprobación de las encargadas).

A la noche, nos íbamos caminando toda la avenida Xalapa, y estaba doña Enedina en su puesto con su anafre de carbón, una viejita que hacía molotitos de carne. Mi mamá nos compraba uno a cada quien, no lo daban en otro papelito de estraza, y llegábamos a casa a descansar. Ahora la nuera hace esos molotes, y seguimos yendo (tiene mal carácter, pero vale la pena la salsa de chile seco).

Debo confesar que a veces me hacía la dormida, porque me cansaba de quién sabe qué, y mi mamá me cargaba para tomar entonces el camión. Estaba bien chiquita. Yo sé que ella sabía que estaba despierta.

En fin. El caso es que me duele la garganta, que no sé por qué hablo de todo esto y no me da hambre, y es que el cuerpo merece reponerse. Y si bien la enfermedad me golpea de vez en cuando, y tomando en cuenta que la comida es mi talón de Aquiles, he de decir que no quiero perder mis debilidades por mis bajas defensas.

domingo, 18 de mayo de 2014

Sobre la llamada¨"madurez"

Oh, vaya palabra. Tengo un conocido que al escuchar los años que cumplía apenas el pasado mes, comentaba que ya era grande. Ojalá.

Pensaba en el concepto, y todo se resumía a: decisiones. En un curso que doy sobre redacción, la palabra que más equivocaban en escribir era en "decisión". Y tal parece que la carga morfológica llevara en sí misma, una carga existencial (OK, semántica, pues).

Creo que la madurez tiene que ver enteramente con ello. Con una especie de aceptación de una ley física evidente: a cada acción, una reacción. Sí, señoras y señores, las tres décadas en mi persona (etcétera), han hecho una especie de nueva salida de maratón. No sé cuánto dure, pero puedo decir que ahora sé más cosas e ignoro muchas más. Justo en este momento me hallo en un departamentito que me ha brindado un espacio necesario después de regresar de un viaje impresionante.

Para comenzar este libro virtual, habrá que aclarar varios puntos: he nacido en una familia hermosa, que me ha apoyado de una manera impresionante. He estudiado durante nueve años, carreras que literalmente representan eso: carreras. Me parece que los 27 años fueron un parteaguas, una bofetada de realidad que me acercó a mis verdaderas potencias. He vivido en mi bella Xalapa, en el DF, en Cuernavaca, he conocido y me he equivocado innumerables veces, ¿pero saben?, estoy satisfecha (en este momento pienso en que me muero porque me cae el techo y esto ha sido registrado, espero no quedar con la boca abierta).

Hoy he decidido emprender el blog, retomar el dibujo y la pintura, liberar mis manos para mis ideas y pensamientos (muchas veces tan absurdos), y me gusta.

Creo que la madurez no llega del todo, porque la ventaja es seguir siendo infantil. Ya hablaré un día sobre mi nefasta memoria, pero eso sí, me da la ventaja de sorprenderme siempre.

El tiempo dicen que no perdona, pero no le solicito que me perdone, le solicito que me dé más chance de seguir.

¿Quieren saber de mi madurez? Jajaja, sólo observo, y lo que vea, créanme, lo escribiré. Momento, soy una niña que cumple años el día del niño. Creo que soy inmadura lo necesario, todo se vale siempre y cuando no hieras con estupideces a quienes amas. Siempre y cuando no soportes estupideces de quienes evidentemente no te aman.
¿Enredar?: Entrelazar de manera desordenada y accidental hilos, cabellos, cuerdas, cables o cosas parecidas.

Así he decidido abrir este blog. Debo confesar que intenté con otros nombres, pero la carencia de originalidad ha hecho que encuentre algo mucho mejor. En el kinder me enseñaron esta canción:

"Enreda el hilo, enreda el hilo, estira, estira y chas chas chas". Que iba acompañado de movimientos con las manos (en aquellos tiempos pequeñitas) y al final, empuñando ambas, golpeabas para cerrar el momento con un concreto acto: todo estaba ordenado.

Después de mucho tiempo inicio un blog, puesto que las redes sociales me han permitido llegar a muchas almas, que de pronto, son recipientes tan vastos, que por desgracia se me pierden en las constantes actualizaciones.

Aquí, tengo una simple expectativa: ordenar una realidad, que bien puede ser compartida o debatida. Al fondo de esta mesa, escucho la locura de la gente por una final del futbol. Y a pesar de ese ruido, me uno a la emoción, pero por una razón distinta: comenzaré a escribir de nuevo. Y no, uno no deja d escribir en la mente, pero quizá, estas letras dibujen mucho mejor lo que he sido, aprendido, fallado.

Bienvenidos a  esta sala de plática. Pónganse cómodos, que si hablo hasta por los codos, no duden que intentaré concretar mis ideas y hacer al fin: ¡chas chas chas!